OBRAS DE JEAN LAPLANCHE EN ESTA BIBLIOTECA
Vida y muerte en psicoanálisis La angustia Problemáticas I
El extravío biologizante de la sexualidad en Freud Jean Laplanche
Castración. Simbolizaciones Problemáticas II
Ám orrortu editores La sublimación Problemáticas IU El inconciente y el ello Problemáticas IV La cubeta. Trascendencia de la transferencia Problemáticas V Nuevos fundamentos para el psicoanálisis. La seducción originaria La prioridad del otro en psicoanálisis «La pulsión de muerte en la teoría de la pulsión sexual», en André Green, Pentti Ikonen, Jean Laplanche, Eero Rechardt, Hanna Segal, Daniel Widlócher y Cliffórd Yorke, La pulsión de muerte
Biblioteca de psicología y psicoanálisis Directores: Jorge Colapinto y David Maldavsky Le fourvoiement biologisant de la sexualité chez Freud, Jean Laplanche © Synthélabo (colección «Les empêcheurs de pen ser en rond»), 1993 Traducción, Silvia Bleichmar Unica edición en castellano autorizada por Synthé labo, París, y debidamente protegida en todos los países. Queda hecho el depósito que previene la ley n° 11.723. © Todos los derechos de la edición en castellano reservados por Amorrortu edito res S. A., Paraguay 1225, 7S piso, Buenos Aires. La reproducción total o parcial de este libro en forma idéntica o mpdificada por cualquier me dio mecánico o electrónico, incluyendo fotocopia, grabación o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, no autorizada por los editores, viola derechos reservados. Cualquier utilización debe ser previamente solicitada. Industria argentina. Made in Argentina ISBN 950-518-076-4 ISBN 2-908602-43-1, París, edición original
mace genera
9 Prefacio 11 19 de noviembre de 1991 79 11 de febrero de 1992
prefacio
En 1970, Vida y muerte en psicoanálisis des plegaba la noción de un apuntalamiento de la sexualidad sobre las funciones de autoconservación. Ya presente en esa época, la seducción tomaría, en el curso de mi pensamiento, una posición cada vez más central. Después de Nue vos fundamentos para el psicoanálisis (1987), me faltaba recorrer nuevamente, con Freud, lo que yo llamo su «extravio biologizante». A partir del abandono por parte de Freud de la teoría de la seducción, el retorno a una concepción pura mente endógena de la sexualidad era inelucta ble: el instinto anclado en la filogénesis, aunque revocado inicialmente , Tub” cesar á dé visitar al pensamiento ffeudiano. Tres momentos de este extravío se pueden apuntar:1 1. La teoría del apuntalamiento, que propone una sexualidad que emerge desde la autoconservación. Muy poco explicitada por Freud, creemos que esta teoría no puede ser salvada desde una interpretación puramente, endógena. Sus contradicciones internas, ampliamente analizadas en este trabajo, se abren sobre lo que le falta: el clivaje de un plano propiamente sexual en lo biológico infantil, que no puede serj concebido salvo a partir dé la acción del otro.
2. Con «Introducción del narcisismo» (1915) se abrió la posibilidad de un retrabajo fecundo gracias a la clara distinción de tres niveles: autoconservativo, sexual-erótico, sexual-narcisista. La acción del otro adulto como punto de partida de la elección de objeto sexual fue incluso avi; zorada. 3. Pero muy rápidamente se anuncia la últi ma teoría de las pulsiones que colapsa estas distinciones indispensables. Bajo el comando de Eros unificador, finalmente, se propone un re torno mítico al instinto de modo encubierto. La «pulsión de muerte» surge, seguramente, para mantener el conflicto, pero se trata de un con cepto compositivo en el que Freud y sus suce sores se rehúsan a poner al descubierto el re^ torno de la sexualidad «demoníaca». Una vez comprendida claramente su función histórica, la de una compensación en el seno del extravío _ inicial, el pensamiento psicoanalítico tiene inte rés en deshacerse de ella. Denunciar un extravío biologizante de Freud no implica, en modo alguno, desconocer la bio logía en el ser humano. Se trata, por el contra rio, de resituarla en un lugar positivo, y no ya mitológico: de permitir investigaciones precisas sobre la forma en que los fantasmas sexuales vienen a habitar, desviar y retomar, «en sousoeuvre» [por los cimientos], un funcionamiento biológico que la etología humana comienza a describir mejor.
Curso pronunciado en el marco del DEA de Psicoanálisis (Universidad de París VII, París X, París XIII)
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19 de noviembre de 1991 Quisiera, este año, marcar las coordenadas de este título «Extravíos del freudismo», o «Ex travíos del pensamiento freudiano». Entendien do por ello que cuestiono no sólo a los ffeudianos sino a Freud mismo: extravíos de Freud y a partir de Freud. De dos lados muy heterogé neos, pero homogéneos para el caso, fui tratado recientemente de revisionista. Este término, que tiene su vieja marca estalinista, me ha hecho sonreír. No citaré a las personas. No asumo esta estigmatización, porque lo que intento hacer no es una revisión. Uno revisa su copia, revisa un texto, no se trata de revisar a Freud. Se ha dicho que pongo en peligro el equilibrio del pensamiento freudiano, lo que interroga de inmediato el tipo de equilibrio en cuestión; equi librio de un pensamiento en general, pero espe cialmente de este. ¿Se trataría de un edificio, de un bello edificio, al cual no habría que quitar ningún ala, ninguna parte? ¿Es entonces nece sario aceptarlo en bloque —sin lo cual uno sería desviacionista— como se ha aceptado durante siglos el pensamiento aristotélico, y como se si gue, en ciertos círculos, actuando respecto de los textos sagrados? ¿Se trataría de ser talmu 11
dista? ¿Es el pensamiento freudiano un bello edifìcio? ¿Hay que aceptarlo en bloque o es ne cesario elegir? Desde luego, ni lo uno ni lo otro. Yo diría: hay que conocerlo en su conjunto, pero también es necesario ser capaz, justamente co nociendo este conjunto, de descubrir en él los falsos equilibrios, los equilibrios inestables, los desniveles, e intentar hundir el pico o el cuchi llo en las fallas. Freud mismo acusó a sus desviacionistas, Jung o Adler —que son sus dos grandes demonios, poco dignos, a decir verdad, de ese honor o de esa indignidad— , de poner el acento sobre tal o cual aspecto de su pensa miento, de manera unilateral. En suma, es cier to que elegir un aspecto de Freud en detrimento de otro, sin tener en cuenta lo que cada uno de ellos significa en el conjunto, es absolutamente insuficiente. ¿Qué es, por lo tanto, «Interpretar a Freud con Freud», para retomar el título de uno de ' mis artículos?1 No se trata ciertamente de hacer una hermenéutica de Freud, es decir, de trans poner a Freud a un sistema que uno considera mejor que el de él: una tentativa como la de Jung y muchos otros; tal vez incluso, en cierto modo, la de Lacan: sería olvidar la desconfianza de Freud ante el sistema, o sea, ante todo sis tema. Interpretar a Freud con Freud no es tampoco hacer un psicoanálisis de Freud, en el sentido en el cual algunos se aventuran con mayor o
1 1968. Incluido en La révolution copernicíenne inache vée, París: Aubier. 1992, págs. 21-36. Hay edición en cas tellano: Interpretar (con) Freud, Buenos Aires; Nueva V i sión, 1978.
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menor éxito:2 un psicoanálisis de Freud no pa rece llevar allí donde yo deseo ir. Creo que existe cierto nivel de interpretación que permite seguir la pista, en Freud, de algo t que yo llamo, desde hace mucho tiempo, la exi1 gencia. La exigencia es algo que está dictado v)por el objeto: ni por el hombre Freud ni tampo co por la lógica. En cierto modo, como ocurre con el método psicoanalítico, es el objeto «in consciente» el que orienta la evolución misma del pensamiento. Interpretar a Freud con Freud en el nivel de la exigencia es descomponer, es adaptar mutatis mutandis las reglas mismas de Freud de la disolución, para ver las cosas re componerse en fin de otro modo bajo nuestros ojos, precisamente a partir de la exigencia del objeto. Es descubrir, como en un psicoanálisis, movimientos subterráneos que comandan las recomposiciones inauguradas; es detectar, en ciertos momentos, una suerte de cripto-Freud, recubierto por el Freud oficial. Mencioné más de una vez que Freud, escribiendo su propia histo ria, se las arreglaba para confundir o embellecer sus huellas.3 ¿Qué quiere decir: retorno a las fuentes? Un cripto-Freud no es por cierto un proto-Freud. No se trata, como se buscó a un primer Marx o 2 Cf., por ejemplo, los destacables trabajos de Anzieu. 3 Un ejemplo de nuestra manera de proceder hacia un cripto-Freud, no un Freud esotérico sino el Freud de una corriente subterránea que se tapa sin cesar, es el artículo de Jacques André, «La sexualité fem inine, re tour aux sources», en Fsychanalyse á VUniversité, 16, 62, 1991, págs. 5-50.
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a un primer Hegel, de ir a un Freud primero que sería más verdadero que el segundo. Si bien puede ser verdad que ese primer Freud está más cerca, en ciertos momentos, de la «exi gencia», ¿por qué el segundo no la reencontraría en otros momentos? Tampoco se trata de un re torno a las fuentes temporales. Hölderlin dice que yendo hacia la desembocadura el río se aproxima a la fuente; pensamiento dialéctico, marcado totalmente por su familiaridad con He gel. Y bien, es un poco de esto de lo que se tra ta; no de exhumar las «fuentes» de un «primero» ilusorio, sino de reencontrar lo que constituye la fuente y que se ve sin cesar tapado, tal como se pierde de golpe una fuente en los meandros, o en lo que se llama pérdidas, para resurgir más lejos luego de un trayecto subterráneo. De esto se trata: la fuente de la inspiración no es otra cosa que el objeto de búsqueda. Introduzco la idea de extravío, la cual supone que la investigación de aquel que se desvía está guiada por una meta que insiste. Al que quiere alcanzar la cima del Everest y se extravía, y se ve de repente sobre un precipicio, evidente mente lo guía el Everest, lo impulsa la idea que él tiene de la cima. Esto supone, entonces, la exigencia de llegar a algún lado. Supone, con cretamente, bifurcaciones, elecciones posibles, con algunos momentos en los cuales se toma un callejón sin salida, que ha sido propuesto y escogido. Y por supuesto, no basta con hacer dar al pensamiento pasos atrás, como se vuelve a la encrucijada para tomar la dirección correc ta, la via regía. Porque cuando se trata de un pensador como Freud, el callejón sin salida nunca es un puro callejón sin salida, ya que el 14
investigador sigue guiado por su objeto princi pal; es decir, para tomar la imagen del alpinista: desde el lugar en el cual se llega a un precipicio infranqueable, encontrará otras vías sin volver necesariamente al punto de bifurcación, siem pre imantado por la exigencia de la cima. Por otra parte, no se trata de pretender que no hay nada nuevo en el pensamiento freudiano. Hay descubrimientos nuevos en la medida del progreso de la experiencia y del método, y ello viene a complicar todo. A partir del momen to en que un pensamiento, que sigue no obs tante guiado por la exigencia de su objeto-fuen te, se interna empero por algo que se asemeja a un extravío serio (tal vez un extravío inicial —aunque yo tenga mis reservas respecto de la idea de algo «inicial» en el tiempo—), se ve so metido a movimientos de recuperación destina dos a integrar hechos nuevos y reencontrar al mismo tiempo la dirección de la cima. Sin em bargo, estos toman a menudo la forma de hipó tesis ad hoc, es decir, inventadas para respon der a las necesidades de la causa, en un intento de hacer concordar los hechos con una teoría que no siempre se les pliega.4
4 El término hipótesis auxiliar ad hoc se encuentra en particular, en este sentido, en Popper. Una teoría contra dicha por ciertos hechos puede ser complicada sin tér mino con nuevas hipótesis en lugar de ser reemplazada por una hipótesis más simple y englobante. Encontramos las hipótesis ad hoc en ciertos textos muy enredados de Freud. ¿Puede tal vez la pulsión de muerte ser calibeada de hipótesis ad hoc? En el genio de Freud, al lado de la inventiva y la apertura hacia hechos nuevos, existe tam bién el rehusamiento de cuestionar una falsa vía de base.
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Demostrar un extravío consiste por supuesto en poner en evidencia el error, la vía falsa, pero también en intentar mostrar sus causas, y es allí donde las cosas se complican: ningún extravio es inocente, ninguno deja de tener una cau sa; pero, ¿cómo orientarse cuando, una vez más, es el objeto lo que constituye la causa mayor del extravío: no sólo de la exigencia verdadera, sino de las desviaciones y callejones sin salida por la ruta de lo verdadero? Existe un recubrimiento del inconsciente y de la sexualidad en la obra misma de Freud, que se calca sobre los recubrimientos del in consciente y de la sexualidad en el ser humano mismo. Es algo que intenté expresar por medio de una fórmula parodiando la ley de Haeckel: «la ontogénesis recapitula la filogénesis», dicien do que la «teoréticogénesis», es decir, la evolu ción misma de la teoría y sus avatares, tiende a recapitular la ontogénesis, o sea, el destino -de la sexualidad y del inconsciente en el ser humano. A este encaminamiento de la obra ffeudiana, y para complicar las cosas, me veo forzado a agregar mi propio encaminamiento, que suelo describir como una espiral, con lo que indico que vuelvo sin cesar sobre los mismos puntos, pero según una curva que intento hacer progre sar todo lo posible, o sea, remontando hacia la fuente del freudismo, mientras me desprendo de mis formulaciones más antiguas {pienso, sobre todo, en Vida y muerte en psicoanálisis). Aun se podría imaginar que estas espirales, co mo las espiras genéticas, se enrollan una sobre otra, pero no entraré en tales especulaciones.
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(Sigue aquí, en esta enseñanza de 1991-1992, un desarrollo sobre el extrauío ptolemaico del freudismo, que se retomó en el artículo «La revo lución copernicana inacabada», como introduc ción al volumen que lleva el mismo título.)5
14 de enero de 1992 Lo que he propuesto llamar extravío (de los que existen muchos, mayores o menores, ar ticulados entre sí) surgió del retroceso —cuasi obligatorio, y que no se trata de reprochar a Freud— ante las consecuencias de la prioridad del otro, en la constitución. . . ¿de qué? ¿del su jeto? ¿del individuo? ¿de la persona? —por qué no, pero cada uno de estos términos está muymarcado filosóficamente; digamos: del ser hu-, mano' sexual. Cada uno de los extravíos mayores puede ser definido con claridad por lo que se desprende de él, por su descendencia posffeudiana: El primer extravío, que intentaré denominar más precisamente, y que aparece ligado a un biologismo de la sexualidad, encuentra su des cendencia directa en Melanie Klein y sus discí pulos. El segundo extravío — del cual hablé parcial mente en la «revolución copernicana»— es la re construcción autocentrista o ipsocentrista del ser humano, que invadió a toda una psicología que se considera más o menos surgida del psi coanálisis. 5 La révolution copernlcienne inacheuée, op. cit,, 1992. Edición en castellano: La prioridad del otro en psicoanáli sis, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1996,
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En fin, el tercer extravío consiste en situar lo estructural en el corazón del inconsciente, cuya descendencia se reconocerá en el estructuralismo de Lacan. Existen otros extravíos más o menos subor dinados a los precedentes: la filogénesis, la no ción de ello primordial, pero toda esta división es bastante artificial, se trata más bien de una manera de exponer las cosas. Mi tema presente es entonces aquel de lo que se puede llamar el biologismo de la pulsión se xual, un extravío del lado de la biología. Pero es una fórmula peligrosa y que debe ser precisada, porque no se trata de denunciar la biología en nombre de la psicología, ni incluso de lo psí quico. Tendríamos allí una opción temible: el al ma contra el cuerpo o la psicología contra la biología, lo que en absoluto está en mi inten ción. Se trataría de una opción muy riesgosa en un momento en el cual una ofensiva renovada, proveniente de lo que se llaman las neurociencias, o la neurobiología, toma como uno de sus blancos principales, todavía y siempre, al psico análisis. Conminado sin cesar el psicoanálisis a dar explicaciones ante las neurociencias: yo no puedo entrar en ese debate de múltiples aspec tos, he entrado en él en otras ocasiones, y vol veré aún,6 pero no aquí. ¿Por qué esta explica ción ante la neurociencia sería obligada en par ticular para un psicoanalista, y no para el que cultive cualquier otra ciencia del hombre: esté tica, historia, lógica, política, etc.? Comoquiera 6 Cf. S. Jaffrin, «Rep enser Freud: rencontre avec Jean Laplanche», entrevista en Sciences Humaínes, 10, octubre de 1991, págs. 32-5.
que sea, mi propósito actual no se inscribe sino muy indirectamente en ese debate con las neu rociencias, aun si este invita a la prudencia en cuanto a los términos a emplear. «Biologismo de la pulsión sexual». ¿Qué quie re decir? ¿Que la sexualidad está injertada en lo biológico, que a toda excitación sexual corres ponde un aspecto somático al mismo tiempo que fantasmático? En tal caso no habría, evi dentemente, ningún biologismo que denunciar. La sexualidad, incluso bajo las formas que toma en el ser humano, no puede sino situarse en el cuerpo. La teoría deJmseducción. tal cual ella se anunciaba con Freud, ciertamente hácíá'difícü el. camim^ cohcébif'é^á huella dé la perversión del otro en ’él cuerpo Tierniño? ¿No había allí un peligro de partir hacia un idealis mo? La respuesta queda por ser elaborada, en la medida en que retomamos la teoría de la se ducción generalizada. Pienso en particular en las investigaciones recientes de Jacques André sobre la génesis de la sexualidad femenina, in vestigaciones que no se detienen en modo al guno sobre la sexualidad vaginal a partir de la conjunción de una sensibilidad y de una excita ción que se ha llamado «cloacal» y, por otra par te, de fantasías adultas concernientes a la pene tración. Sería necesario en todo caso sostener esto con firmeza: la seducción no es una teoría de la encarnación del espíriETen^eTcue^o. Hay, por urrlado, un organismo que es montaje biológico pero también sentido (el pequeño organismo infantil, volcado al comienzo hacia una finalidad más o menos oscura de autoconservación) y , pormtro l del lado del adulto, lo que se implanta son mensajes ante todo so-
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máticos, inseparables de log significantes gestuales, mímicos o sonoros, que los portan. El problema no es entonces el de la relación /alma-cuerpo, sino. ehde la articulación de un funcionamiento_s£xuaLv de un funcionamiento auto conservativo. tanto el uno como el otro in disolublemente psíquico v somático. Es así cof m o en el freudismo el viejo problema del alma y del cuerpo —yo ya lancé esta idea— no ha sido | resuelto (¿quién querría resolverlo?), sino que resulta desplazado .sobre una nueva línea: pre cisamente, la línea de articulación constituida por el apuntalamiento o la seducción. Línea que no es la del advenir de lo psíquico en lo vital, sino la del advenir de lo sexual biopsíquico en J a cría humana igualmente biopsíquica. Hablar de extravío a propósito de la teoría de la sexualidad obliga a precisar en qué sentido esta teoría de la sexualidad corre el riesgo de empantanarse. Cito aquí la carta del equinoc' ció,7 donde se indican dos vías que, una vez abandonada la hipótesis de la seducción, se en cuentran según Freud recubiertas, y según no sotros, abiertas a la errancia: «Parece de nuevo discutible que sólo vivencias posteriores den el impulso a fantasías que se remonten a la niñez, con lo cual el factor de una predisposición he reditaria recupera un imperio del que me había impuesto como tarea desalojarlo - en interés del esclarecimiento de la neurosis». Estas dos vías por las cuales uno puede en lo sucesivo internarse y perderse son, por una
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7 Carta a Fliess n 9 139/69. i Citada según Sigmund Freud, Cartas a Wilhelm Fließ (1887-1904), Buenos Aires: Amorrortu editores, 1994, pág. 285.]
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parte, la retroacción, la fantasía retroactiva, y por otra, la herencia. Con la primera, aquella de la retroacción, es decir, de la sexualidad considerada como una simple imaginación del adulto retro-proyectada sobre la infancia, Freud nunca se compromete rá a fondo: su afirmación de la sexualidad in fantil permanece inquebrantable. Por el contrario, la vía de la herencia o de la preformación, que vo y ^ T d efrñ iF ^ mente, permanecerá siempre presente, lateral mente, en particular en lo que concierne a los orígenes de la sexualidad humana. Antes de lle gar a los Tres ensayos de teoría sexual, mencio naré que, en una carta del 14 de noviembre de 1897, por lo tanto muy poco posterior a la carta del equinoccio, Freud esboza ya una transmi sión hereditaria de la sucesión de estadios de la sexualidad infantil (en particular, y es siempre el paradigma freudiano, el pasaje de lo anal a lo genital). El riesgo de tomar una falsa vía a partir del abandono de la teoría de la seducción tiene por nombre: instinto. Se pueden situar fácilmente las dos etapas de ese riesgo con las dos teorías de las pulsiones: la primera se extiende desde los Tres ensayos de teoría sexual hasta «Pulsio nes y destinos de pulsión», es decir, de 1905 a 1915; la segunda etapa es puesta en marcha con el descubrimiento del narcisismo y encuen tra su culminación con la teoría del «gran» dua lismo pulsional, pulsiones de vida - pulsiones de muerte.8 8 He comentado ya estas dos etapas. La primera, a par tir de Vida y muerte en psicoanálisis, capítulo 1, luego en
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Volvamos a la primera etapa que se extiende , entre„19Q.5-v 1915, y centrémonos en la noción /i de instinto y en el hecho de que Freud elige muy rápidamente hablar de Tnefc», en tanto que el térmitíp íñstinkt existe también en alemán. Con Trieb, entonces, el acento se pone en el empuje casi ciego, demoníacoT que va á Ia~búsqueda de la satisfacción más que haciá'un fin preestablecido. En el conjunto de la lengua ale mana se encuentran tales dobletes, con dos pa labras, una de origen latino, ínstinkt, que pro viene de instinguere, y por otra parte Trieb, que es de origen germánico; ambos términos tienen entonces, a partir de su etimología, sentidos vecinos, y remiten a la idea de «incitar», de «em. pujar»; pero en tales casos corresponde al uso ^ d e la lengua, y, sobre todo al uso del autor, es tablecer o' no entre ambas una diferenciación.9 En lo que concierne a Freud, dos interpre taciones deben ser diferenciadas. La de Lacan que, en su radicalismo pro-pulsional, que no se le puede reprochar, pero también en su igno rancia del conjunto del Corpus freudianoT pre tende lisa y llanamente que Freud no habló nunca de instinto.10 Pero, lo que es de hecho interesante (y que no contradice en modo algu no el pensamiento de Lacan), es ver por el conProblemáticas III: La sublimación. Entre estas dos obras hay una profundización en la crítica, que continúo aquí. Para la segunda etapa, véase en particular Vida y muerte en psicoanálisis, capítulo 4, y Problemáticas IV: El incons ciente y el ello, págs. 214-50. 9 Cf. Traduire Freud (en colaboración con A. B o u r guignon, P. Cotet y F. Robert), París: PUF, 1989. «Ese término que no encontrarán ustedes jamás bajo la pluma de Freud» (Ecrits, París: Seuil, 1966, pág. 834).
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trario cómo ambos términos:" instinto y pulsión, coexisten en Freud. -------------- " Hay, por otra parte, una afirmación mucho más grave que la de Lacan (que es, al fin y al cabo, simplemente un error de información) —la que está subtendida por una interpretación a la vez banalizante y biologizante— : se preten de que cuando Freud habla de Trieb en alemán, quiere decir lo mismo que se quiere decir en francés con instinto, y por lo tanto que la in tervención de la palabra «pulsión» es una espe cie de complicación totalmente inútil, una es pecie de germanización del francés. No obstante, la distinción es de hecho muy positiva y significativa en Freud, en la medida en que .Freud comenzó muy precozmente a ha blar de Trieb —primero muy rara vez, y luego, a partir de Tres ensayos, de manera usual— para designar el objeto específico de su reflexión, es decir, en primer lugar la sexualidad, pero en que él sigue hablando de Instinkt, y también utilizando el adjetivo instinktuell (instintual, o instintivo), en un sentido muy diferente. En el lenguaje corriente, pero también en innumera bles textos en los cuales ese término aparece de un modo totalmente natural bajo la pluma de Freud, «instintivamente» remite a una reacción cuasi automática, a un montaje que viene de manera espontánea a responder a una situa ción dada, allí donde la palabra «pulsionalmente» sería por entero inadecuada. «Instintivamen te, le respondí que. . «instintivamente, Lucky Luke sacó el revólver»; ¿quién no entiende la diferencia con: «movido por una pulsión asesi na, el bandido blandió un revólver»? Cito, entre las decenas de ocurrencias, la lección XXV de 23
Conferencias de introducción al psicoanálisis, sobre «La angustia», en la cual una de las ideas mayores es que el niño en situaciones de peligro no manifiesta en modo alguno angustia o miedo «instintuak «En todas las situaciones que más tarde pueden condicionar fobias (alturas, puentes estrechos sobre el agua, viajes por ferrocarril o por barco), el niño no muestra angustia alguna ( . . . ) Muy deseable sería que se recibieran en herencia más instintos de esta clase, protectores de la vida (. . ;) Es por entero obra de 1% educación que por fin despierte en él la angustia realista, pues no puede perm itírsele que haga por sí mismo la aleccionadora experiencia».11 Este texto es interesante por el uso mismo del término Instinkt, al que aporta uná defini ción como reacción final y preformada, dada en «herencia»: interesante también por la Afirma ción de la ausencia casi total, en el ser humano, de instintos,1 12 que le permitan huir, automáti 1 camente, del peligro. La cuestión de la angustia,
11 Gesammelte Werke (GW), vol. XI, pág. 423. [Tomamos la versión de Sigmund Freud, Obras completas, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1978-1985, vol. XVI, pág. 371.) Desde el informe sobre el caso Emmy von N. en los Stu dien (1895), el uso está perfectamente diferenciado. Por una parte, Freud evoca la hipótesis de un «miedo primarlo y por así decir instintivo (ínstíntófo)» provocado por ciertos animales (GW, vol. I, pág. 143); por otra parte, habla de la sexualidad, «esta pulsión (Trieb), la más potente de todas» (GW, vol. I, pág. 160). 12 Sustituir en tales textos el término Instinkt por Trieb conduciría a un absurdo.
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por su parte, volverá con Inhibición, síntoma y angustia cuando se rediscuta su finalidad even tual; una vez más se empleará la palabra InsUnkt en ciertas circunstancias bien deslindadas y con palabras específicas para discutir una eventual instintualidad de la angustia: Zwec kmässigkeit (adecuación a un fin), zweckmässig (adecuado), unzweckmässig (inadecuado). Aquí la pregunta es: ¿la angustia es desde el comien zo adecuada a un fin, para evitar el peligro, o es puro desborde, inadecuada? Cierro este paréntesis importante sobre el uso constante, aislado conceptualmente, bien marcado, del término Instinkt en Freud, en tex tos en los cuales es imposible comprender algo si se lo reemplaza por su supuesto sinónimo, es decir, Trieb. Es hora ya de aventurar una definición de este instinto. Se trata de un esquema de com portamiento que se caracteriza por tres puntos. En primer lugar, su finalidad vital, biológica, su Zweckmässigkeit, por ejemplo, una evitación del peligro; existen en este sentido comportamien tos experimentales comprobados: el pichón de pájaro que habita en las fallas de los acantila dos se aparta instintivamente del vacío. Esta adecuación al fin puede ser incluso, por ejem plo, la búsqueda de tal o cual hábitat o bien la de tal o cual lugar de fecundación o de anida ción (las grandes migraciones estacionarias. . .). Segundo carácter. La invarianza, en un mis mo individuo, y en los individuos He una misma especie, de ciertos esquemas relativamente fijos (aurTaIänfiö~Ios^föT0^s hayan mostrado que estos esquemas instintuales son susceptibles de ciertas variaciones). 25
Por último, la idea de un carácter (digamos simplementej/imato)—no adquirido por el indi viduo— , y esto sin presuponer idea alguna so bre el modo de adquisición en la especie; en es te punto, como sabemos, los debates están lejos de haberse cerrado. Pero con independencia de que seamos neo-darwinianos o no, el modo de adquisición es una hipótesis aún sometida a discusión y verificación, en tanto que el carácter hereditario y no adquirido individualmente es de comprobación más sencilla. q EstosJres_elementos (los podríamos reencon trar en los principales textos freudianos que tratan del instinto): adecuación a un fin, esque m a fijo y herencia, guardan total conformidad con las descripciones modernas, aun si estas incluyen numerosos matices, excepciones, des viaciones. Cito, por ejemplo, un librito de Viaud, sobre Les instincts,13 que expone el estado de los trabajos de los etólogos y empieza, sin pes tañear, sin verdaderamente plantearse ninguna cuestión (porque, después de todo, no habría que plantearse ninguna), por una gran clasifica ción, ella misma acorde a un fin: instintos liga dos a la conservación del individuo, instintos ligados a la conservación de la especie e instin tos ligados a la conservación del grupo social. Un cuadro que reencontraremos en Freud en cierto modo, presto a ser discutido y cuestio nado: la autoconservación (o sea, la conserva ción del individuo), la sexualidad (cuyo principal problema es que no se trata de la conservación de la especie) y, en fin, la conservación del gru po social, con la discusión, en Psicología de las 13 París: PUF, «Que sais-je?», 1959.
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masas y análisis del yo, de la existencia o no de
una pulsión gregaria, una Herdentrieb. Si vengo de situar este término instinto es también para plantearlo como aquello que pue de constituir una especie de tentación, o de lí mite, de extravío o de falsa vía. Un extravío instintual de la teoría de la sexualidad es siempre posible. Sería entonces más justo hablar de una instintualización de lo sexual que de una biologizacxón de lo sexual. Se podría decir que Freud lucha constantemente contra esta posibilidad: en su caso, el retorno del instinto en la sexuali dad no se hace sino por vías apartadas, incluso en el peor momento. Abordaré ese «peor momento», el de las lla madas pulsiones de vida y pulsiones de muerte, al final de mi recorrido. Pero para ofrecer des de ahora una suerte de prefiguración de esto, a título de exergo, situaré aquí la reflexión sobre el empleo que Freud hace del famoso «mito de Aristófanes» como se lo narra en El banquete, de Platón. Cito aquí a Freud mismo, y retraduzco su traducción alemana del griego antiguo. «En efecto, en otros tiempos, nuestra naturaleza no era en absoluto idéntica a la que es ahora, sino de otra suerte. En el comienzo, la humani dad comprendía tres sexos y no dos, macho y hembra, como ahora; no, existía además un ter cero, que participaba de los dos reunidos: el an drógino. Todo en esos seres humanos era doble; tenían cuatro manos y cuatro pies, dos caras, partes pudendas dobles, etc. Zeus se decidió entonces a partir a cada uno de estos seres hu manos en dos como se cortan los membrillos para hacer conserva. Habiendo sido el cuerpo 27
cortado en dos, una nostalgia (Sehnsucht} em pujaba a las dos mitades a reunirse. Buscándo se con abrazos, se enlazaban la una a la otra en la pasión de ser una sola».14 Este mito es extremadamente claro en su voluntad de dar cuenta del deseo sexual; este surgió de una unidad original perdida, que se trata de reconstruir al encontrar, como se dice muy exactamente, su «mitad» (hombre + hom bre o mujer + mujer para el amor homosexual; hombre + mujer para la heterosexualidad). Pero este mito aparece en la obra de Freud en dos ocasiones, afectadas ambas de dos apreciacio nes diametralmente opuestas. He aquí en primer lugar el comienzo de Tres ensayos de teoría.sexual (1905):15 «La opinión popular tiene representaciones bien precisas acerca de la naturaleza y las propieda des de esta pulsión sexual. Faltaría en la infan cia, advendría en la época de la pubertad y en conexión con el proceso de maduración que so breviene en ella, se exteriorizaría en las mani festaciones de atracción irrefrenable que un se xo ejerce sobre el otro, y su meta sería la unión sexual o, al menos, las acciones que apuntan en esa dirección. Pero tenemos pleno funda mento para discernir en esas indicaciones un reflejo o copia muy infiel de la realidad (. . .) La fábula poética de la partición del ser humano en dos mitades —macho y hembra— que aspi 14 Más allá del principio de placer, en Sigmund Freud, Obras completas, op. cit., vol. XVIII, pág. 56. 15 En Ibid., vol. VU, págs. 123-4.
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ran a reunirse de nuevo en el amor se corres ponde a maravilla con la teoría popular de la pulsión sexual». Como vemos aquí, el mito de Aristófanes se' aduce en apoyo de la opinión popular que pre- \ tende que la sexualidad está predeterminada,' que cada uno encuentra a su pareja según una armonía original que debe ser restablecida. Pe ro, desde el comienzo, Freud anuncia, por así decir, el color («tenemos pleno fundamento para discernir en esas indicaciones un reflejo o copia muy infiel de la realidad»), y todos los Tres en sayos de teoría sexual van a esforzarse por demoler esta concepción llam ada popular, adaptativa y armoniosa de la sexualidad. Pero he aquí que a catorce años de distancia, en Más allá del principio de placer (1919), des pués de haber desarrollado ampliamente su teo ría de las pulsiones de vida y de las pulsiones de muerte, Freud propone el siguiente razona miento: toda pulsión está habitada por la «com pulsión d ejx rpetición», v tiende a restablecer u n estadoTanterior: en lo que concierne a la pul sión de muerte, sabemos cuál es este estado anterior: se trata del retorno a la materia, inani mada, que pone fin_aLdesequilibrio energético creádojpor la^aparicióirde la vida. Pero, ¿qué ocurre en este sentido con la pulsiónjie^vida? «Entonces, si no queremos abandonar la hipóte sis de las pulsiones de muerte, hay que asociar las desde el comienzo mismo con unas pulsio nes de vida. Pero es preciso confesarlo: trabaja mos ahí con una ecuación de dos incógnitas. Lo que hallamos en la ciencia acerca de la génesis 29
de naturaleza tan fantástica — por cierto, más
un mito que una explicación científica— que no me atrevería a mencionarla si no llenara justa mente una condición cuyo cumplimiento anhe lamos Esa hipótesis deriva una pulsión de la necesidad de restablecer un estado anterior. Me refiero, desde luego, a la teoría que Platón hace desarrollar en El banquete por Aristófanes».16
á i. ..... . ............ ■ —
de la sexualidad es tan poco que este problema puede compararse con un recinto oscuro donde no ha penetrado siguiera la vislumbre de una hipótesis. Es verdad que hallamos una hipótesis asi en un sitio totalmente diverso, pero ella es
Esas son entonces las dos circunstancias ¡ 5 ™ C1I? Í S Cn laS CUales Freud ^ c a el mito de Aristófanes: en 1905, para estigmatizarlo en I razón de quedar ligado a una opinión que quiei
na ^ de Una sexuáUdad preforma da, en 1919, por el contrario, para encontrar precisamente el origen del Eros o de las pulsio nes de vida —volveré sobre estas palabras— en una unidad originaria que bien se puede consi derar narcisista. Nos vemos de manera ejemplar ante el problema de «interpretar a Freud con Freud». Se puede decir: Freud está en contradicción consi^ Tm i,Smo; est0 no nos aporta gran cosa, salvo para decir que el no sabe muy bien lo que dice o que ha olvidado lo que había dicho en los
Tres ensayes (1° que por otra parte es posible). Otio punto de vista: h a cambiado de opinión sobre la sexualidad. ¡Pero se trata verdadera mente de un giro de 180 grados! Después de
haber dicho que la sexualidad no estaba preformada, se vuelve, en Más allá del principio de placer, a la idea de que todo estaba dado de antemano y que no se buscaba sino volver a lo que estaba allí desde el comienzo.17 Según esta interpretación aún bien superficial, Freud ha cambiado totalmente su concepción de la se xualidad, y todo su trabajo, que había consisti do en disociar la pulsión del instinto, se diluye. Esta interpretación es en cierto modo la opinión común, incluso si se intenta hacer una suerte de síntesis bastarda entre ambas. Pero, ¿quién es aquel entre los freudianos que no levantará los brazos al cielo si se le propone esta clave elemental: «El Eros no es la sexualidad»? Por supuesto, el Eros es una parte de la sexualidad. Ahora bien, si Freud va a afirmar este Eros narcisista que tiende a restablecer una unidad, diremos que la sexualidad erótica que, por su parte, tendía a todo salvo a la unidad y no es taba ligada a ningún plan preestablecido, o bien resulta totalmente suprimida, y Freud reniega por completo de todo lo que había dicho sobre Lucifer amor, sobre la libido devastadora, o bien, en otro caso. . . reaparece en otra parte, tal vez bajo una máscara rieforpiada"que^s^preciso descifrar. "bCuándcTse lee un texto de tanta fuerza como los Tres ensayos de teoría sexual, es difícil prever el futuro extravío instintual. El excelente prefacio de Michel Gribinski a la edición Galli17 Evidentemente de manera poética, pero el recurso al mito no es sino una escapatoria: si el mito es correlativo de una estructura, aunque sea intemporal, empero todo se juega fuera de los avatares de la evolución individual.
16 Obras completas, op. clt., vol. XVI. págs. 55-6.
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mard (que se refiere también a Vida y muerte en psicoanálisis) señala claramente el carácter po lémico y fuerte de este libro. Incluso si, como él también lo recuerda, muchas cosas que se en cuentran en ese libro eran «sabidas» (como se dice) — algunos no se han privado de decir que Freud no hizo más que reunir elementos que estaban esparcidos por todas partes— , ello no impide que el ensamblaje fuera explosivo. A partir de la introducción, ya citada a pro pósito de Aristófanes, comienza un desarrollo en tres capítulos, cuya secuencia podría ser considerada como una odisea del instinto: el instinto perdido, en el primer capítulo sobre las aberraciones sexuales, luego, en el segundo, sobre la sexualidad infantil y, al final, en el úl timo capítulo, el instinto reencontrado o, tal vez, porque lo que se reencuentra al final no es en modo alguno el instinto, es algo que, de uno u otro modo, reconstruye en el ser humano un comportamiento que puede parecerse al instin to, sin serlo. En cuanto a ese primer capítulo sobre «las aberraciones sexuales», se ha insistido en el he cho de que se trata de una compilación; lo que Freud mismo confirma desde el comienzo, des de el título: «Las referencias contenidas en el primer ensayo se tomaron de las conocidas pu blicaciones de Krafft-Ebing, Molí, Moebius, Havelock Ellis. . ,»,18 No existe entonces ningu na voluntad de originalidad en cuanto al conte nido de esas aberraciones sexuales, sino una acumulación de argumentos en cuanto a las aberraciones respecto de la meta (es decir, al 18 Tres ensayos de teoría sexual, op. cít., pág. 123.
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proceso que obtiene el placer), respecto del objetqy, por ú ltim q ja mbién respecto deHGpúente. es decir, del usosexual de^zqnáá’corporales que no son zonas normalmente necesarias para el coito. Todas desviaciones que destruyen en el adulto la idea de una preformación, de una fi nalidad, ya que la única meta asignable a todos esos actos llamados (y con justo título) sexuales no puede ser un fin biológico, sólo puede ser pura y simplemente el placer. El segundo capítulo, sobre la sexualidad in fantil, afirma por su parte lo mismo a propósito de la actividad en el niño, es decir, la existencia de una sexualidad en el niño, y, por otra parte, que se trata de una sexualidad profundamente perversa, incluso tal vez más perversa — o, al menos, menos regulada, menos unificada— que en ela d ifi^ fiama una «perversi dad ~pollmorfa^Tam bién~áqürse puede decir que^tddoésto era conocido desde siempre, pero esto no significa que se lo itiera, del mismo modo como la obra de Freud y la de los psico analistas no han probablemente modificado el juicio «popular» sobre este punto. La sexualidad infantil encuentra una de sus pruebas principa les en el hecho mismo de ser condenada, repri mida, constantemente negada, por el adulto. Esto es de observación corriente, aun en 1992, pese a todo lo que ha ocurrido en materia de liberación sexual.19 Si existe una sexualidad que sigue siendo condenada, pese al supuesto liberalismo moderno, es claramente la sexuali dad infantil. O, cuando es itida —en teoría 19 Y a pesar de todas las paradojas brillantes sostenidas por un Foucault.
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al menos— , es notable que se vea más o menos situada bajo el capítulo de la genitalidad, es decir, de una actividad precoz de los órganos genitales. Y se aporta sin cesar, como prueba de esta espontaneidad, la existencia de erecciones, por ejemplo, en el varoncito, como si eso fuera lo esencial de lo que Freud describió. Ahora bien, lo que Freud llama sexualidad infantil no es sino riamente una actividad genital: si ella es calificada de «polimorfa», no es sólo por el tipo de actividad, sino también por las zonas que resultan excitadas en el niño y respecto de las cuales Freud pensó que eran múltiples, que podían ser, en el límite, el conjunto del cuerpo. En cuanto al tercer capítulo, intitulado «Las reconfiguraciones de la pubertad», se puede de cir que es un retorno al instinto o a algo pareci do: un retorno, por una parte, a la genitalidad, y, por otra parte, a un objeto sexual, «la perso na del sexo opuesto» como dice la canción, por lo tanto un reingreso aparente en los carriles del instinto. Aunque es cierto que Freud dice muy poco de su finalidad «biológica» supuesta, es decir, de un reencuentro con la procreación. Es difícil darse plena cuenta, en una lectura desprevenida, de la impresión de subversión de esta obra, de su carácter profundamente «per|verso», que pone el acento ante todo en la au sencia de normas de la sexualidad humana. ¿Por qué? Este libro fue retrabajado por Freud gran número de veces. Es de 1905, pero Freud le aporta añadidos considerables en 1910, 1915, 1920 y 1924. Pero esos añadidos van to dos en el mismo sentido, que es el de dismi nuir, precisamente, el aspecto aberrante de la sexualidad. Hace treinta o cuarenta años, las 34
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ediciones ni mencionaban la existencia de esos añadidos sucesivos, de suerte que los mejores autores razonaban como si, por ejemplo, Freud afirmara desde 1905 la existencia del estadio anal o del narcisismo (incluso la edición alema na de las Gesammelte Werke ofrece sin comen tario el texto de 1924); ahora tenemos ediciones más críticas que indican los agregados en pe queñas notas. Por otra parte, sería tal vez inte resante poder leer de un tirón los Tres ensayos de 1905 para darnos cuenta verdaderamente del impacto de esta obra y también del encami namiento freudiano ulterior; porque Freud, en una especie de sincretismo, modifica en reali dad profundamente su pensamiento al reescri birla. Si se leyera este texto tal como existió en el origen, tachando todos los pasajes ulteriores, nos daríamQs~cnenta del hecho de que existe un considerable hiatus^un gap, entre la segunda y la tercera parte, entre la sexualidad infantil po limorfa y las recomposiciones de la pubertad, en tanto que la edición definitiva, si introduce todas las invenciones sucesivas de Freud, las intercala sin ponerlas en perspectiva.JLas edi ciones introducen en particular, en el segundo capítulo, lo que se llama «las organizaciones se xuales», o «los estadios sexuales infantiles», que están estrictamente ausentes de la edición de 1905. La idea de una sexualidad infantil ya «or ganizada» no viene sino posteriorm ente, y a continuación de artículos sucesivos de Freud que corresponden a investigaciones clínicas. De manera sucesiva se introducen la organización anal, que es la primera gran organización no ge nital registrada por Freud, la organización oral, que nunca constituye verdaderamente el objeto 35
de un descubrimiento aparte sino que entra en el circuito a continuación de la organización anal, y, por último, punto mayor, eso que Freud >41ama la organización genital infantil, con la //oposición fálico-castrado.20 Aun cuando sólo fuera por esta interpolación de las organizaciones sexuales infantiles, us tedes ven que en principio se introduce, con es te solo término «organización», la idea de una suerte de adecuación al fin; y aun más, cuando la serie deviene completa, ¡qué tentación de ver en esta secuencia de estadios jerarquizados en un orden temporal — oral, anal, genital— algo que se asemeja a una evolución a la vez prefor mada e integrativa! Es exactamente lo que va a ocurrir con uno de los principales discípulos de Freud, Karl Abraham, que llevará al máximo lo que se ha dado en llamar el «estadismo». A partir del momento en que esta secuencia misma se presenta como ordenada, tal que pro gresa hacia una etapa final llamada de objetalidad y de genitalidad; a partir del momento en que esta secuencia ontogenética supuestamente reproduce una sucesión filogenética. . . en ese caso lo que yo llamaba el instinto perdido del primer capítulo, sólo en apariencia se habría perdido. La sexualidad infantil aparece en la bruma, pero en realidad la ruta la lleva indefec tiblemente hacia la sexualidad adulta, confor me, esta, a la «opinión popular». Es un finalismo que abrazan todas las tentativas de psicolo gía genética de inspiración psicoanalítica, cuyo padre es en particular Abraham. 20 Véase Problemáticas II: Castración. Simbolizaciones, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1988.
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Una indicación esencial: esta adecuación a un fin domina en la medida misma en que la teoría del desarrollo sexual se presenta como la totalidad del desarrollo humano; en la medida en que reina en la teoría un pansexualismo, rei nará en razón de ello la necesidad de describir una génesis del al objeto (a la vez per ceptivo y sexual). Pero, por otra parte, y por un retorno totalmente legítimo, ese pansexualismo que pretende ser todo, que pretende ignorar y despreciar todo desarrollo autoconservativo, se difumina en una teoría de la pura y simple re lación. Terminaré entonces con esta afirmación: la especificidad de lo sexual sólo se afirm a cuando se refirma, en cierto modo, al menos potencialmente, la existencia de un dominio no sexual. De este dualismo de lo autoconservativo y de lo sexual partiré la próxima vez.
21 de enero de 1992 Hablaré entonces dehapqntalamiento, de la ¡ falsa vía que esta noción puede~abrir7 y de s u ' indispensable reenderezamiento. ""Sitúo Cierto número de textos que no discu tiré en detalle: los Tres ensayos de teoría sexual, en la edición de 1905, completados (y en cierto modo renegados), desde 1905, por un artículo más breve intitulado «Mis tesis sobre el papel de la sexualidad en la etiología de las neurosis».21 Segunda etapa, la aparición de las pulsiones de autoconservación en los años 1910-1912, con el dualismo formulado como tal: pulsiones de au21 sigs.
En Obras completas, op. cit., vol. VII, págs. 259 y
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toconservación {SelbsterhaltungstriebeJy pulsio nes sexuales [Sexualtriebe). Hay allí cierto nú mero de textos, de los cuales «La perturbación psicógena de la visión» y, al mismo tiempo, una formulación del apuntalamiento que retornará en las ediciones ulteriores de Tres ensayos. Ter cera parte, muy importante, la discusión sobre el onanismo. Ella comprende, por un lado, dos textos bastante cortos de Freud: la introducción y la conclusión de la discusión sobre el onanis mo; y por otro lado, ocho sesiones de la Socie dad psicoanalítica de Viena, introducidas en cada caso por una exposición de uno de los de la Sociedad, que se extendieron entre el 22 de noviembre de 1911 y el 24 de abril de 1912; más la sesión de conclusión por parte de Freud. Ustedes encontrarán estas disÍ. cusiones en las Minutas de la Sociedad de Vie na, de las cuales aconsejo fervientemente su lectura en alemán, porque la traducción sa es una masacre. En cuarto lugar, en 1914, «Introducción del narcisismo»; y, por último, en 1915, «Pulsiones y destinos de pulsión». ¿Qué es entonces el apuntalamiento? Hemos traducido así [étayage ] Anlehnung hace ya mu cho tiempo, Pontalis y yo mismo, por sugerencia de una traductora hoy totalmente olvidada pero que había encontrado esta palabra, la cual per mitió sacar a la noción de su olvido; más que un olvido, por otra parte, ya que se trata, si se puede decir, de un olvido «originario», puesto que la noción nunca había adquirido relevancia, ni siquiera para Freud.22
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22 Se me preguntó recientemente qué pensaba yo de la noción de apuntalamiento en Rene Kaés. Sea cual sea el
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La Anlehnung, entonces, es una tentativa de snuliciaFHerln articulación fundamental entre dós tipos^de funcionamiento y dos modos de satisfacción. Entre un funcionaím^hto'sexual Ligue precisamente, en e ln m o n o e S ' una Jun- < ción sexual, sino que anticipa la función bioló gica de la sexualidad— y por otra parte un fun cionamiento autoconservativo, él mismo mucho ¡ más funcional, incluso si es parcialmente defi-* ciénte en lá cría humana. ; ' Para la definición de apuntalamiento, me permito remitir a los diferentes artículos del Vocabulaire de la psychanalyse, que verdadera mente circunscribió la cuestión. Me conformo con recordar una citación particularmente exíplícita de Freud:23 «Las pulsiones sexuales haflian sus primeros objetos apuntalándose en las ! estimaciones de las pulsiones yoicas, del mismo ; modo como las primeras satisfacciones sexuales i se experimentan apuntaladas en las funciones corporales necesarias para la conservación de la vida». Un texto en el cual se podrían subrayar dos términos: el de «estimación» de un valor, que se reencontrará en los otros pensadores, en los etólogos, y a continuación de ellos en Lagache, quien insistió mucho en la idea de que el
interés del pensamiento de este autor, encuentro lamen table y peligroso tomar un término importante y difícil, definido con precisión por el Vocabulaire de la psychana lyse, para expresar ideas cuyo lazo con la noción freudiana en modo alguno es evidente. Sobre todo, otros térmi nos estaban disponibles. 23 «Sobre la más generalizada degradación de la vida amorosa (Contribuciones a la psicología del amor, II)», en Obras completas, op. c lt, vol. XI, pág, 174.
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objeto de la autoconservación es registrado en el entorno como un «valor alimento», y por otra parte, la noción de función corporal, amplia mente concurrente con la de «pulsión», y tal vez más adecuada que esta cuando se trata de la autoconservación. ¿Es el apuntalamiento un «concepto freudiano»? Hemos discutido con François Robert, con quien comparto la responsabilidad de la termi nología en la traducción de las Obras completas de Freud. Esto implica distinguir, en el pensa miento freudiano, diferentes niveles de tematización: conceptos, cuasi conceptos, paraconcep tos, etc. Digamos_que se trata de^un concepto que nunca fuehm atizadq^ el autor: ' Fréud^jáinás escribió ni se le habría ocurrido escribir un artículo, sobre el apuntalamiento. Y, por otra parte, es un concepto que durante lar go tiempo no tuvo «entrada» específica en los ín dices, ni siquiera en las ediciones alemanas, y qüe fue registrado fundamentalmente por los traductores, alertados por la recurrencia de un mismo término y de una misma idea. A esto lla mé, siguiendo a Antoine Berman, «la prueba de lo ajeno»:* cuando una obra es atravesada por la prueba de la traducción y se descubren cons tantes, gravitaciones, que no son explícitas para el autor ni para su lector de lengua alemana. En más de un punto, el término Anlehnung es semejante al de Nachträglichkeit, que tiene tam bién esenstatuto de «concepto implícito», o de «paraconcepto», Nachträglichkeit, après-coup, fue
esencialmente puesto en evidencia por Lacan; Anlehnung, por Laplanche y Pontalis.24
Estos conceptos tienen una situación extra
/V ña: ofrecen posibilidades de una gran riqueza a los desarrollos posffeudianos, pero esta riqueza es en gran medida prestada, justamente en ra zón de que el autor no los desarrolló, y de que guardan un estatuto pivote, pero mal definido, no dogmatizado, un_.es|atuto .que. es centrai aunque permanece implícito. Esta es entonces unáTíqueza queTnosotros, los posfreudianos, nos vemos llevados a conferirles. Di hace dos años un curso sobre «el après-coup en el aprèscoup», y a su vez lo que yo desarrollo aquí es un «après-coup del apuntalamiento». Por otra parte, estos dos conceptos comparten una evolución curiosa: el momento en que están a punto de tematizarse, cuando Freud toma conciencia del uso concertado que él mismo hace de estos tér minos, es el momento mismo en el cual corren riesgo de empobrecerse. Sistematizan cuando están a punto de declinar. Es el caso de Nach träglichkeit El adjetivo nachträglich aparece en Freud duranteYódo éTpefíodo'cléf gran innova ción en la correspondencia con Fließ con la teo ría de la seducción, y después viene el término Nachträglichkeit, que sella la transformación del adjetivo en sustantivo, por lo tanto en concepto. Pero esta dignidad conceptual aparece precisa mente algunas semanas después de que Freud deja cagrJa teoría de la seducción25 y, con ella,
24 Aun si algunos atribuyeron a Lacan el descubrimien to del apuntalam iento, cuando este le fue siem pre un * [L ’épreuve de l ’étranger; étranger se puede traducir como «extranjero» o también como «ajeno». (JV. de la T.}]
concepto totalmente ajeno. 25 Carta del 14 de noviembre de 1897, nQ 146/75.
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la riqueza potencial del concepto, ya que a par tir de entonces va a darle un sentido mecanicista, sin invertir en nada la flecha del tiempo. El après-coup, en esta carta, no es ya sino una bomba de tiempo depositada en el sujeto y que, después de un tiempo, explotará. No sugiere ya la existencia de una retroacción posible, o de un movimiento antero-posterior, que constituye la riqueza del concepto: es en el momento mismo en el cual Nachträglichkeit pierde su fundamen to en la seducción cuando de golpe el término es sustantivado.26 Con Anlehnung ocurre más o menos lo mismo. ¿Qué ocurre con él en 199§? Hay una ne bulosa sobre los orígenes de la sexualidad. La .^Idea de «pulsión de autoconservación» no está Ij/presente en ningún lado, la autoconservación es puesta por lo general bajo el rubro de la función o de la necesidad, no bajo el de la pulsión. La relación entre pulsión sexual y autoconserva ción busca también, en el texto de 1905, una «asociación»,a través de diferentes palabras, en particular la de Vergesellschaftung. Hallamos la palabra Anlehnung una sola vez en nuestra pri mera edición de los Tres ensayos, a propósito del apuntalamiento de la sexualidad anal en la función de excreción. Uno de los aspectos de mi tesis consiste en que en el momento en el cual el apuntalamiento comenzará a tematizarse, en los años de 1910»^1912, corre el riesgo de tomar una falsa vía: es el momento en el cual la autoconservación se afirmará como una pulsión paralela a la sexua-
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26 Todo esto será claramente explicado en un texto por aparecer: «La Nachträglichkeit en el après-coup».
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lidad, compuesta por los mismos elementos que esta.
L a autoconservación se calcará sobre la sexuafidad éTmvefsámeñter'esto-reactuará sobre la pulsión sexual, abriendo la vfa a una instintualización alómenos virtual de la pulsión se xual- Si se define la función según el modo de Impulsión, se corre el riesgo, inversamente, de plegar la pulsión sobre la función, en el sentido de un funcionalismo de la sexualidad. De allí la posición paradojal de quien, come yo, interpreta un concepto latente de este tipo, este intérprete tematiza lo que Freud no ha tema tizado, muestra que ese tema puede serjecundc y proponer una salida, un salvataje para une cuestión importante en la obra• pero debe mos trar también cómo este salvataje mismo pued< ser arrastrado a lo que yo llamo el extravío, cóm< puede reiterarlo. Esta falsa vía tomada por el apuntalamienti y en ^apuntalam iento es lo que pretendo de sarrollar aquí, pero ya fue marcado como con clusión de mi exposición de Problemáticas IJ sobre la sublimación:27 sólo la teoría de la se ducción aporta la verdad del apuntalamiento. Nos vemos aquí forzados a recordar las cus tro dimensiones o los cuatro aspectos de la pu sión según Freud, en su_simpficMa¿J^parenteal mismo tiempo en su inmensa ambigüeda que se descubrirá poco a poco. Las cuatro soi la fuente [Quelle], la meta {Zíel), el objeto {OI jektTy el empuje [Drnng). Remito aquí a los ai tículos del 17ócabu/aire de la psychanalyse, a 27
Buenos Aires: Amorrortu editores, 1987, págs. 3
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como a Vida y muerte en psicoanálisis28 y a Problemáticas III.2 29 8 El examen atento de estas cuatro nociones, en sus contradicciones internas, dado que se trata de la sexualidad humana, lleva a una mis ma conclusión, que se desprende también de las observaciones reunidas en Tres ensayos. v\ ! En la Trieb sexual, todo es variable.. El objeto es contingente, susceptible de todas las sustitu ciones; según Freud, se puede siempre reempla zar un objeto por otro. La meta es susceptible ; de intercambios, modificaciones, inhibiciones. 1Las fuentes, en fin, están conectadas las unas a I las otras, susceptibles de «vicariarse». En esta ! concepción, objeto, fuente y meta en la pulsión 1 sexual son, finalmente, evanescentes. Y la ima gen que me viene es la del cuchillo de Jeannot o incluso del velero del Teseo, como la cuenta Plutarco. En la época en la que escribió su Vida
28 Buenos Aires: Amorrortu editores, 1973, págs, 19-24. 29 Op. cit.,- págs. 34-42. El único detalle que podría agregar concierne a la distinción que habría que hacer entre lo que se llama Ziel (la meta) y los problemas del Zweck (el fin). Con el primer término, no está en cuestión una tendencia, sino un comportamiento, una secuencia consumatoria y satisfaciente. Con el Zweck y la Zweck mässigkeit (cf. supra, pág. 25), está en juego el problema de la finalidad, de la teleología de los comportamientos. Destaquemos que Freud, tan opuesto inicialmente a una concepción teleológica de la pulsión, se desliza a veces ha cia ella (a propósito del onanismo del lactante, donde se reconocería la «intención de la naturaleza» que prepara el primado de la zona genital), hasta el punto de hacerse re prender por un discípulo (Rudolph Reiüer), para, con la in troducción de las pulsiones de vida y de muerte en 1920, reafirmar la ineluctabilidad del punto de vista teleológico en biología (cf. Tres ensayos, op. cít., pág. 170, n. 26).
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de hombres ilustres, se mostraba aún en Atenas la nave de Teseo, con la cual él había ido, siglos antes, a vencer al Minotauro en Creta. Ese ver dadero monumento histórico era evidentemente de madera, de modo que de tiempo en tiempo una pieza se pudría; se cambiaba la pieza y así de seguido, de suerte que al final todas las pie zas habían sido reemplazadas. De tal modo, di ce Plutarco, este barco de Teseo había llegado a ser para los filósofos un gran ejemplo. ¿Si todo ha sido cambiado — se preguntaban— , es aún «el velero de Teseo? f La pulsión es una especie de velero de Teseo. ¿Qué queda de la pulsión? Nada, salvo el empu je, e s e ^ S ^ qu e^poria semántica, efijexaqtamente sinónimo de Trieb. Es, creo, lo que Lacan quiso subrayar cuando sugirió el término «deri va». Ningún traductor de Freud, incluso lacaniano, se atreverá a retraducir: «Derivas y des tinos de derivas». Pero en ese juego de palabras lacaniano que pasa por el inglés drive, a sado en deriva, existe esta idea de que la pul sión es una deriva, es decir que Trieb no indica ninguna vía. La Trieb, de origen endógeno, no indica nada, y hay que desembarazarse de ella por todos los medios. Sólo queda el empuje, que es ciego. ~ ~~ ”
28 de enero de 1992 Fuente - meta - empuje - objeto. Una vez re cordadas estas cuátfo"ñbcib'íresr, que no son simples pero que sirven de jalones aproximativos en Freud y en nosotros, vuelvo al problema que nos ocupa: el del apuntalamiento. El apun45
talamiento responde a un problema de origen, explícitamente situado de manera temporal. No hay Tazón para renegar de las cuestiones de tiempo y cronología en nombre de una intemporalidad cualquiera. Se trata de dar cuenta de la apariciórudeJa sexualidad en sus comienzos, de la sexualidad infantil, entonces. De aquí esta cuestión previa: ¿por qué dar cuenta de ella si no existe? El debate no ha ter minado, y las maneras de negar la sexualidad infantil son muchas. Se la puede negar por completo, explícitamente, o se la considera co mo algo aberrante, patológico, que no se funda sino en la observación de algunos casos excep cionales. Se la puede negar, en un segundo ni vel, por ser de naturaleza biológica y de origen endógeno, lo que no implica sin embargo negar su existencia. Por último, se la puede negar de un modo más sutil pero peligroso en el seno mismo del movimiento psicoanalítico, cuando se ^ía desexualiza, se la diluye en otra cosa donde / pierde su especificidad sexual. Las tentativas 7 son variadas y persisten aun en nuestros días. Lo que Ereud llamó las perspectivas de Jung (y su aproximación temporaria a las perspectivas de Jung) es precisamente esto: hacer de la «libi do», o del Eros, todo, es, al fin y al cabo, trans formarlos en nada. Nos vemos de inmediato con el verdadero problema: definir y localizar esta ! sexualidad. Pero otras tentativas, más moder- ñas, son actualmente dominantes: así toda la tendencia a diluir la sexualidad en lo que se lla ma relación de objeto, donde el término mismo sexual pasa por completo al segundo plano sal vo para designar únicamente lo genital; lo que precisamente Freud no quiso hacer. 46
Se trata, en efecto, con la sexualidad infantil, de algo muy particular que se llama la sexuali dad extensa, extendida a lo pregenital — diga mos más bien a lo extra-genital, para no prejuz gar sobre una secuencia cronológica entre lo pregenital y lo que vendría después— ; una se xualidad extensa cuya enumeración conocemos hasta la saciedad: oral, anal, uretral, etc. Pero todo, finalmente, puede ser la ocasión de algo sexual en el funcionamiento del ser humano. Esta sexualidad infantil plantea un doble problema de prueba y de definición. Pero —y aquí hay que hacer intervenir un poco de dia léctica— ese problema es doble sólo en aparien cia, porque la prueba de la sexualidad, de su generalización, hace derivar la esencia misma —por tanto, la definición— de la existencia de lo que es comprobado. En otros términos, no es que 1) defino esto como sexual, y 2) le muestro a usted que esto sin duda existe. Sino que le muestro que algo existe y en razón de ello pro duzco una idea diferente, que no deja de estar enlazada con la primera, con la idea común, pero que es derivada de esta. «Derivación de las entidades psicoanalíticas» es un artículo escrito en 197130 en el que yo intenté mostrar, a propósito de muchos de los conceptos psicoanalíticos, que su definición, su génesis, trae consigo su existencia. Para volver a cosas mucho más simples, toda derivación sigue las vías reconocidas umversalmente y desde siempre, clasificadas desde el siglo XVHI, las vías de la asociación de ideas y, agregaría, 30 En Hommage á Jean Hyppolite, París: PUF, 1971, págs. 195-215, y en La révolatíon coperntcienne tnachevée, op. c it
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del encadenamiento de las cosas o entidades. Estas leyes nunca serán más que tres: semejan za, contigüidad y oposición. Tanto en Tres ensayos de teoría sexual como en el capítulo XX de las Conferencias de intro ducción al psicoanálisis vemos funcionar estas tres modalidades de prueba y al mismo tiempo de derivación de la sexualidad. La semejanza. Freud la hace funcionar en el nivel del orgasmo: existen fenómenos de un ni vel distinto que el genital, en los cuales reconoz co algo que se asemeja al despliegue orgàsmico del adulto. Otra semejanza —más probatoria a mis ojos— es la que se establece entre numero sas actividades infantiles generadoras de placer y actividades de los perversos que todo el mun do coincide en llamar sexuales. La contigüidad o la continuidad. Se recurre a este argumento sobre todo a propósito de los placeres preliminares, que acompañan o prece den al acto genital propiamente dicho en el adulto, y que interesan a zonas y a procesos muy diversos de los genitales. Los placeres lla mados preliminares (Voríusí) están a la vez en contigüidad con el acto genital que preparan, y en semejanza con la sexualidad infantil. A partir de este juego combinado de seme janza y de contigüidad —lo que yo llamo meta bolismo o simbolización— se produce una deri vación (una deriva - Lacan) tanto en el nivel de la existencia como de la comprobación. Muy osado será quien diga si se trata de una prueba extrínseca o si esta prueba crea la cosa misma. Por último, existe el abordaje por oposición, que no es en absoluto la prueba por lo contra rio, sino una prueba importantísima y específi 48
camente psicoanalítica. Esta prueba aparece desde el comienzo del capítulo II de Tres ensa yos, en el parágrafo que se intitula «El descuido de lo infantil». Es la prueba que consiste en el hecho de que los «conocedores» descuidan siste máticamente hablar de la sexualidad infantil. Se trata de ima prueba por la represión. De he cho, los conocedores son aquí los representan tes de los adultos en general, que han reprimido su propia sexualidad infantil y que la condenan cuando la perciben en el exterior. Estos fenó menos no serían reprobados con el mismo furor que condena la perversión sexual adulta si no hieran objeto de una condena interna anterior a la condena externa. Ven ustedes que estas pruebas implican una nueva definición, que ella misma —agrego esto personalmente— trae aparejada la necesidad de un nuevo fundamento. Esta definición por parte de Freud de la se xualidad infantil merece ser reproducida por entero, en una traducción exacta. ; ' ~En primer lugar, ella «aparece en apuntala¡miento sobre una de las funciones corporales /importantes parada vida»: en segundo lugar, ¡«ella no conoce aún objeto sexual, es autoeró|tica»; en tercer lugar, «su meta sexual está bajo [el dominio de nna zona erògena ^ 1 Encontramos todo aquí, salvo el «empuje»: meta, objeto y fuente (la zona erogena). Pero destaquemos la posición predominante dada aquí al apuntalamiento: este no es introduci do sino aorés-coupr e n lQ lhDnero se lo pone a la cabeza de la definición, como una suerte de 31 En Gesammelte Werke, voi. V, pág. 83,
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verdad —vislumbrada, podríamos decir— de la sexualidad infantil. Del mismo modo como la seducción es la verdad del apuntalamiento — como no ceso de afirm ar— , el apuntalam iento aparece como la verdad après-coup de los enunciados sobre el autoerotismo y las zonas erógenas. El primer elemento, el apuntalamiento, es dinámico, defi ne generando, en tanto que los enunciados dos ¡Jy tres plantean problemas de esencia en los que la discusión corre el riesgo de atascarse: por una parte, el problema d e jQjtiológico, con su meta bajo el dominio de una zona somática (es el tercer elemento de la definición), y por otra, el problema del objeto o de su ausencia, que abre toda la cuestión del objeto fantasmático. Diré algunas palabras acerca de estas dos cuestiones para intentar clarificar lo que está en juego. Por supuesto, las retomaré en edición ampliada con la discusión del apuntalamiento. Primero la cuestión de lo biológico planteada V en la tercera frase: «su meta sexual está bajo el \* ^ dominio de una zona erògena»; una frase que i tiene dos corolarios, muy ligados entre sí: por M u ñ a parte, el primado de la «fuente»; por otra, Ajana discusión sobre el «placer de órgano». A partir del momento en que se dice que la meta — es decir, la acción cumplida— está bajo la dependencia (unter der Herrschqft) de la fuente, y que la friente es definida como zona erógena, se lleva a cabo, en principio, un gran empobrecimiento de la meta: porque esta pobre zona erògena, se trate de los labios, del ano o del pe ne, no tiene otra meta que la detumescencia o algo -semejante. Por otra parte, ello trae la ten tación, y las tentativas renovadas, de biologizar 50
a su vez la fuente, es decir, de remitir eventual mente esta predilección por una u otra zona (¿por qué tal o cual zona es elegida como zona erógena?) a un proceso él mismo,fisiológico, del orden, por ejemplo, de una repartición de hor monas sexuales. Es cierto que se debería probar esta repartición prioritaria de ciertas hormonas —no sólo en el nivel de los órganos genitales, si no también en el nivel de las diferentes zonas erógenas, por ejemplo. Es aquí donde los argumentos contemporá neos ofrecidos por los defensores de una sexua lidad infantil biológica están en perfecta contra dicción: al apoyar la noción de sexualidad in fantil en ciertos hechos — como las erecciones del lactante varón— , dejan lisa y llanamente de lado la cuestión central planteada por Freud: una sexualidad infantil ampliada, prioritaria mente extragenital. Y, por otra parte, dejan en suspenso la cuestión de la sexualidad de la ni ña —respecto de la cual Freud mismo se mostró muy atento— en beneficio de la sola excitación genital del varoncito. Por otro lado, esta idea de una dependencia estrecha de la meta respecto de una zona somá tica sólo es verdaderamente válida para algunas pulsiones parciales, en particular ciertas muco sas que sirven siempre de referencia, pero para algún otro placer erótico, por ejemplo, lo que Freud llama la pulsión de mirar (Schautrieb), es evidente que la idea de una detumescencia y una tumescencia del ojo está totalmente fuera de alcance. Probablemente no es una detumes cencia del ojo, salvo de urna manera muy meta fórica, lo que busca un voyeurista. Ven ustedes cómo rápidamente se agota esta idea de una 51
suerte de secreción de la sexualidad por una fuente somática, o zona erógena.32 Voy ahora al otro problema, el del autoerotismo definido como ^ausencia de objeto: «La se xualidad infantil no conoce aún objeto sexual, ella es autoerótica». El problema esencial se jenuncia: ¿es que no tiene objeto real sino fanftasmático, o es que no tiene objeto en absoluto? Hay que reconocer claramente que cuando no sotros decimos (Pontalis y yo mismo en Vocabulaire de la psychanalyse, artículo sobre el autoerotismo, o en lo que he escrito sobre el apun talamiento) que^eL autoerotismo está ligado a un fantasma, se trata de lo que querríamos hacer decir a Freud q^rrt que n o_está_en él. Para F reud, autoerotismo quiere decir «absolutamente^sjn. objeto», sea exterior al cuerpo propio o fantaseado: sin objeto exterior, aun cuando se tratase de un objeíoniexterion en la fantasía. Hay sin embargo una evolución en Freud que está ligada al modo con el cual hace retro ceder cada vez más la sexualidad hacia la más . temprana edad. Esta retrogradación de la se xualidad corre parejas con una retrogradación 32 Abro aquí un paréntesis sobre un libro reciente que pasó demasiado inadvertido, de Gérard Mendel, intitulado La psychanalyse revlsltée (París: La Découverte, 1988). En este libro se puede seguir a Mendel en toda una parte es pecial de su argumentación, y en particular en dos argu mentos de los cuales él mismo se asombra de que fueran también míos: la negación de una sexualidad infantil bio lógica y la negación de una herencia de las fantasías a r caicas, del carácter hereditario de los famosos fantasmas originarios. Algunas convergencias han sido apuntadas, por otra parte, en un artículo de Amine A. Azar, «La malé diction des pharaons pèse-t-elle sur les psychanalystes?», en L ’Evolution Psychiatrique, 56, 1991, págs. 177-87.
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de la época en. la cual se sitúa el fantasma. En j \ 1905, los Tres ensayos oponen dé manera bas- I | tante clara toda una infancia que es sin objeto, j / y por tanto es «autoerótica», y una pubertad que ¡|j/ es el descubrimiento del objeto. Y en el artículo 'h (también de 1905) «Mis tesis sobre el papel de la m sexualidad en la etiología de las neurosis», que n completa y acentúa ciertos aspectos biologi- jjl zantes de Tres ensayos, los fantasmas son pro- p? ducidos sobre todo en la pubertad y reproyecta-IA dos de manera retroactiva.33 Vienen luego todas las discusiones de la Sociedad de Viena sobre el onanismo, que inte resan forzosamente a la redefinición del autoerotismo, de lo cual sus «Protokolle» o «Minutas» dan cuenta. Hubo en 1910 una primera discusión sobre el onanismo, donde el debate fue tan contra dictorio que se interrumpió luego de dos o tres sesiones. La discusión se retomó en 1911, paso a paso, durante ocho sesiones, aproximada mente quincenales.34 La cuestión de la fantasía o del fantasma está allí presente de manera constante. Cito algunas intervenciones sobre el problema del autoerotismo. Intervención de Federn (pág. 20): «La cues tión consiste en lo siguiente: ¿una fantasía se xual [sexual está subrayado, él debió de desta car la palabra] está conectada a todo onanismo (ob mit je d e r On.anie eine sexuelle Phantasie verknüpft sei)?».
33 En Obras completas, op. cit., vol. VII. 34 Protokolle des Wiener Psychoanalytischer Vereinigung, Francfort del Meno: Fischer, vols. III y IV, 1976. Las citas están tomadas del volumen IV.
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Cuestión bien planteada a la cual Stekel res ponde de modo preciso en la reunión siguiente (pág. 33). «Stekel designa como onanismo todo acto sexual realizado sin la ayuda de otra per sona y quisiera calificarlo de auto erótico, haya o no fantasía, sin perjuicio de las fantasías». De todos modos, fantasía o no, a partir del momen t o en el que no hay persona real exterior, se tra ta de autoerotismo. Lo que Freud por su parte había discutido antes muy vivamente (pág* 22): «Sólo designa mos en general como autoerotismo los primeros dos años de vida. El onanismo de la época ulte rior, con fantasías sobre otras personas, no es ya puramente autoerótico». Por lo tanto, a partir ' dé que hay objeto exterior, incluso en la fanta sía, ya no hay verdaderamente autoerotismo. En otros textos,' Freud precisa: ustedes de ben distinguir claramente tres grandes períodos de la actividad onanista: de 0 a 2 años, de 3 a 5 años, y luego la pubertad. JErLdfiQ5u sólo había fantasías en la pubertad. Aquí, Freud se remon- ta de un salto hacia atrás, y ite la presencia de fantasías en el período de 3 a 5 años. Pero mantiene la idea de que el verdadero período autoer ótico es el primero, aquel donde no hay fantasía. Continúo mi «montaje» con otra intervención, la de Rosenstein (pág, 21), que «señala que la cuestión de las fantasías está en correlación (zusammenhangt) con la cuestión del autoerotismo; si las fantasías se refieren a una segunda per sona, la masturbación no es ya puramente autoerótica». Rosenstein corrobora así muy exacta mente el punto de vista de Freud: a partir del momento en el cual una fantasía engloba a otra 54
persona, incluso si el acto se realiza en total so ledad, hay que hablar de onanismo, y no de autoerotismo. Y continúa: «En su concepción de las fantasías inconscientes, Federn (Pedern ha bía dicho: existen tal vez fantasías inconscientes de los 0 a los 2 años) toma al inconsciente no sólo en el sentido de lo reprimido, sino en el sentido de la parte innata de la psique». Queda así abierta la puerta a la presencia de fantasías de 0 a 2 años, pero fantasías que no son el efecto de relaciones exteriores en el inte rior del sujeto, sino que serían de origen inter no; pensamos enseguida en el ello hereditario no reprimido y en lo que esto va a devenir en Freud después. Federn abre la puerta, se podría ¡ decir, por donde se zambullen los kleinianos: fantasías queyno tienen origen exterior sino que están allí desded í comienzo. Reíeámos_eTa]rtícuId^e Susan Isaacs en De sarrollos en psicoanálisis, «Naturaleza y función de la phantasy».35 Se trata de un clásico. A dife rencia del Freud de 1901-1915, Susan Isaacs sitúa el fantasma desde el origen, como fantas ma inconsciente. Se trata de fantasías incons cientes de origen endógeno. Se ha dicho hasta el cansancio, pero es una verdad en los kleinianos: toda la vida fantasmática del niño está pre sente desde el comienzo en el interior, incluso si encuentra pretexto en el exterior. Y para com prender esta perspectiva kleiniana de la vida fantasmática, hay que concebir el proceso puljsional como un proceso de dos caras: un aspec to puramente fisiológico y un aspecto psíquico inconsciente, anverso-reverso. Esto corre pare35 París: PUF, 1966, págs. 64-114.
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í jas con toda una línea del freudismo que sitúa Jal inconsciente antes del consciente» y da una |prioridad a una suerte de inconsciente atávico, presente desde los orígenes. Tendré ocasión, al final del recorrido, de vol ver sobre esta cuestión del kleinismo, como punto extremo de este extravío endógeno que constituye mi tema actual. 4 de febrero de 1992 El apuntalamiento. Di acerca de él diferentes graficaciones en Problemáticas, III y IV.36 La imagen más simple es la de un diedro, o sea, la intersección de dos planos, el de la autoconservación y el de la sexualidad; el apuntalamiento se produce sobre la línea de intersección.
Otro modelo más dinámico es el de dos fle chas, que figuran las dos mociones pulsionales.
36 Problemáticas III, op. cit., y Problemáticas IV: El in consciente y el ello, Buenos Aires: Am orrortu editores, 1987.
Cito en principio sin comentario, ya que lo he kecho a menudo, el pasaje cardinal de los Tres ensayos.37 «Es claro, además, que la acción del niño chupeteador se rige por la búsqueda de un placer —ya vivenciado, y ahora recordado— . Así, en el caso más simple, la satisfacción se obtiene ma mando rítmicamente un sector de la piel o de mucosa. Es fácil colegir también las ocasiones que brindaron al niño las primeras experiencias de ese placer que ahora aspira a renovar. Su primera actividad, la más importante para su vida, el mamar del pecho materno (o de sus subrogados), no pudo menos que familiarizarlo con ese placer. Diríamos que los labios del niño se comportaron como una zona erógena, y la estimulación por el cálido aflujo de leche fue la causa de la sensación placentera. Al comien zo, claro está, la satisfacción de la zona eróge na se asoció con la satisfacción de la necesidad de alimentarse. El quehacer sexual se apuntala primero en una de las funciones que sirven a la conservación de la vida, y sólo más tarde se in dependiza de ella.38 Quien vea a un niño sacia do adormecerse en el pecho materno, con sus mejillas sonrosadas y una sonrisa beatífica, no podrá menos que decirse que este cuadro sigue siendo decisivo también para la expresión de la satisfacción sexual en la vida posterior. La nece sidad de repetir la satisfacción sexual se divor-
37 Gesammelte W erke, vol. V, pág. 82; trad, en casi.. Obras completas, op. c it, vol. VII, págs. 164-5. 38 Esta frase, que marca a posterlori todo el pasaje con el término conceptual apuntalamiento, se agregó en 1915.
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cia entonces de la necesidad de buscar alimen to, un divorcio que se vuelve inevitable cuando aparecen los dientes y la alimentación ya no se cumple más exclusivamente mamando, sino también masticando». ¿Cómo comprender entonces el apuntala miento? «Sólo se les presta a los ricos», se dice. Pero se puede decir también claramente que hemos enriquecido el apuntalamiento de Freud, que no siempre es tan explícito como se preten de. Y por momentos uno se ve muy tentado de retomar lo que le hemos prestado a Freud. Para simplificar, diré que hay tres interpretaciones posibles de esta articulación entre la autoconservación y la sexualidad: Q t J n a interpretación pobre, paralelista; 2) una mterpretación rica, en el sentido de una emer gencia: pero esta interpretación es contradic/"feoria, de suerte que su dialéctica se abre sobre ’ una interpretación invertida del apuntala miento. La interpretación pobre del apuntalamiento surge de un Freud, después de todo, tomado a la letra. Hay pocos pasajes freudianos sobre el apuntalamiento: este texto y los agregados de Tres ensayos, un solo pasaje en «Pulsiones y destinos de pulsión». En cuanto al texto sobre «El narcisismo», sobre el cual volveré más ade lante, da el apuntalamiento por itido, pero no lo describe. Esta interpretación pobre supo ne una suerte de paralelismo genético entre los dos tipos de pulsiones, acerca del cual señalé antes que es muy dudoso aun a título de una analogía descriptiva, ya que no es seguro que 58
un mismo término (pulsión) sea adecuado para designar a la vez la autoconservación y la se xualidad. En un modelo así, habría poca inter vención de un proceso sobre el otro, salvo en lo que concierne al desencadenamiento, es decir, en el nivel de la «fuente». La función de autoconservación, la alimentación en este caso, es la ocasión39 de ima estimulación de la zona eròge na, en este caso de los labios. Esta estimulación será repetida a continuación de manera endóge na. Habría entonces una suerte de desfasaje de la fuente, entre la fuente de la autoconservación^ / (de la es difícil decir que se trata jie jo s la- v bios: ¿se podría decir que los labios son la fuen te del hambre?), entre el proceso somático enj;l origen del ham br^y_uñaJlX5nLedBgxñaI~5é5ig' nadanórFreud crén o la mucosajÍ&-los4abios. En cuanto a la meta, ¿qué se nos dice? Nada de concreto ni de específico. La meta de la autoconservación es la jngestión, en el caso alimen tario, y ía Excreción, en el caso de las zonas ex cretoras. Pero una meta así no puede ser reen contrada en la actividad autoerótica: «La fuente de la pulsión sexual es un proceso excitatorio en el interior de un órgano, y su meta inmedia ta consiste en cancelar ese estímulo de órga no».40 Es la idea deU
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tre la acción consumatoria (la meta) alimentaria y la acción consumatoria (la meta) sexual. En lugar de mi primer esquema, podríamos más bien gradear: AC
Sexualidad
O En cüantov a^^/^¿¿, las cosas son contra dictorias. Se ite, desde luego, que la autoconservación puede mostrar su dirección (el pa ralelismo del esquema) a la búsqueda del objeto sexual, pero, para Freud, lo propio de la sexua lidad, el tiempo que yo llamo «auto» en Vida y muerte, es decir el autoerotísmo, no implica fan tasma, de suerte que no podría haber allí rela ción de simbolización entre un objeto y el otro; hav un simple objeto de reemplazo, tomado en el propio cuerpo. El pulgar del «chupeteo» reem plaza al alimento, peíxTdelIñ módo puramente mecáiücóTvno ^significante. Un paralelismo de este tipo es lamentable desde todos los ángulos. Va en desmedro de la concepción de la autoconservación y de sus me canismos complejos. En efecto, Freud no se in teresa en absoluto en la necesidad alimentaria, que no tiene su origen en los labios, ni tampoco en el estómago, sino en toda una serie de regu laciones homeostásicas muy complicadas. Del mismo modo, la fuente de la expulsión, de la defecación, no está evidentemente en el ano en 60
tanto tal, sino en mecanismos tal vez un poco más simples que aquellos de la alimentación, y claramente descriptos en la fisiología del peristaltismo intestinal. Pero este paralelismo empobrece al mismo tiempo la sexualidad, dándole un modelo dema siado cómodo como es el del chupeteo, de suer te que, si la sexualidad fuera el placer de órga no, bastaría (lanzo esta provocación) con dosifi car de modo diferencial la hormona sexual en tal o cual zona llamada erógena y en tal otra parte determinada del cuerpo. Esto no quiere decir que no haya zonas del cuerpo más sensi bles que otras, pero conviene extender esta vir tualidad a todo revestimiento cutáneo, incluso a mecanismos anclados en el cuerpo pero más complejos, como la visión y la actividad muscu lar —aquello de lo cual habla Freud a propósito de las fúentes indirectas de la sexualidad.41 . ''“'Este paralelismo, del mismo modo que el ar- f Stículo «Pulsiones y destinos de pulsión» en gene-1 ■ral, aporta entonces una especie de perspectiva! intermedia que no da cuenta claramente ni de>\ la autoconservación, ni de la sexualidad, ni de!i la relación de ambas. Una segunda ¿nfepamfeEeián-es-la-que-salva el apuntalam iento viendo en él una suerte de emergeiiciarSTrvíiuaJiza<^^ ts nuestro esque ma con la flecha de la autoconservación y esa segunda flecha que se separa de ella progresi vamente luego de haber caminado en paralelo. Ustedes encontrarán la explicación de esto en el Vocabulaire de la psychanalyse, que descubrió 41 Véase sobre este punto Vida y muerte en psicoaná lisis, op. cit., págs. 34 y sigs.
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el apuntalamiento, y en Vida y muerte en psico análisis. En ese esquema no hay sólo apoyo, sino si multáneamente toma de distancia y empréstito. Dicho de otro modo, cada una de las pulsiones no funciona por cuenta propia. Descripto es quemáticamente, el apuntalamiento incluye dos Atiempos: un funcionamiento conjunto y luego .-fun momento de toma de distancia o de rebote. / Es lo que Freud dice explícitamente en otros pasajes: la sexualidad encontraba en un co mienzo su satisfacción al mismo tiempo que la alimentación, y luego se separó de esta para devenir autoerótica. El autoerotismo sería entonces rebote, tiempo de un devenir y no tiempo originario. Insistí más de una vez en el aplana miento que se producirá luego en Freud cuando haga del autoerotismo el tiempo primero del ser humano, y no ya un tiempo secundario. Conjunción, luego emergencia, que es un desfasaje, una suerte de metabolización o de simbolización, siguiendo las vías de toda asocia• ción, en las cuales repito que son ineluctables —no sólo en el pensamiento sino también en el ser viviente— las vías de la contigüidad y de la semejanza. En esta interpretación favorable y salvadora del apuntalamiento, el objeto de la autoconservación es la leche, mientras que el pecho es el objeto sexualYPero la leche, el alimento, es com pletamente olvidado, tanto por los kleinianos como por todos aquellos que descuidan clivar, desdoblar la oralidad. Si se plantea la idea de que al comienzo se trata para el ser humano de incorporar el «pecho», bueno o malo, y bien, to do está dicho; o, más bien, nada está dicho.
Retomo el término — que pertenece a Lacan— de objeto metonímico, que cuadra bien aquí. El objeto" el pecho, se encuentra en contigüidad, particularmente en una relación de continentecontenido, en una relación metonímica, enton ces, con la leche. Relación metonímica, pero tal vez también metafórica, y en razón de ello to mada en ese complejo de metáforas y metoni mias que llamamos simbolismo; pero la primera línea de derivación es metonímica^ Por otra parte, al mismo tiempo que hay clivaje entre leche y pecho, hay en este esquema despegue y rebote; en ese movimiento de la fle cha que da vuelta sobre sí misma, lo introyectado en el fantasma, lo «alucinado» {pongo la pa labra entre comillas; ustedes conocen las re servas fundamentales que hago a la noción de alucinación primitiva) es el pecho. De allí el ab surdo de hablar, respecto^elaT«experiencia de satisfacción», de una satisfacción alucinatoria de la necesidad. En esta famosa parábola de los orígenes, Freud se encueñSmante-este-dllema: dar de inicio lugar a lo sexual, en cuyo caso no se lo deducé~^rTabsóluto (sería esta la posición kleiniana), o no dar lugar a lo sexual, en cuyo caso no se lo deduciría jamás.42 La meta, desde esta perspectiva emergentista, toma consistencia. Ya no se trata de la sim ple descarga in situ del placer de órgano, sino de una metaforizacióri y unaJantasmatización de la meta alimenticia. Si la meta alimenticia es la ingestión del alimento, la meta sexual deviene 42 Para el desarrollo de este punto, cf. «La révolution copernicienne inachevée», en La révolution copernicienne inachevée, op. c t t , págs. xxvi y sigs.; trad. en c a s t, La prioridad del otro en psicoanálisis, op. c it, págs. 9-43.
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la incorporación, derivada de la precedente, en este caso según la línea de la similitud o de la metáfora. Ocurre del mismo modo con la meta de la analidad, en cuyo caso la expulsión anal es la metaforización de la excreción de los ex crementos. ¿Qué es la fu en te, por último, desde esta concepción que intenta salvar al apuntalamien to dándole un contenido? No es sólo la «fuente» de la necesidad alimenticia lo que provoca oca sionalmente el despertar de la «fuente sexual». Es la función alimentaria — o excretora— en su conjunto, a ja vez fuente, meta y objeto, el con junto de «la actividad útil para la conservación de la vida», la que sirve de fuente, trastocando una zona más o menos predestinada a devenir sexual. ... . Intentar salvar a'Freud, como lo hace este co mentario («salvar los fenómenos», decían los as trónomos, lo que tiene una doble significación: o„dar cuenta, en el mejor de los casos, de los fe nómenos, o salvar las apariencias proveyendo . toda suerte de escapatorias, de las cuales los epiciclos son uno de sus modelos), salvar a Freud es intentar sacarlo del extravío mayor en esta concepción del apuntalamiento, el de una sexualidad ppp priprida.(l_cndóge.na, que en cuentra su punto de .partida en ,ego .43 En el es quema anterior, las flechas parten de la izquier da, de ego, cualquiera que sea la manera en que se lo conciba —por ejemplo, como un orga nismo— y, por una especie de truco de prestidi gitador, se trata de hacer salir —o, como se dice más dignamente, «emerger»— lo sexual de lo au43 Ego: aquel de quien, se trata.
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toconservativo, con la salvedad de darse cuenta de que se lo ha puesto allí desde el comienzo. Felizm ente, en esta interpretación por la emergencia, son las grandes coordenadas mis mas (objeto, fuente y meta) las que se ven sacu didas, puestas en movimiento. En el esquema del paralelismo, yo podía designar a cada una de ellas por una letra, como puntos de referen cia. Aquí no se trata simplemente de decir que no son las mismas o que unas surgen de otras; he hecho como si la una surgiera de la otra al \ hablar de objeto metonímico, de meta meiafórica; pero lo que intento ahora mostrar es que no es sólo el contenido de la fuente, la meta y el objeto el que deriva de su correspondiente en la autoconservación, sino que son las nociones mismas de fuente, de objeto y de meta las que caducan, no sólo cada una por su cuenta sino ,en su articulación con las otras. Es que, en cada tiempo, sobre cada uno de estos factores, uno se ve forzado a^h^erjntervjmiplajnntasía. ¡Pero atención! La fantasía, o el fantasma, no es simplemente la imaginación de lo real, no es simplemente el aspecto psíqui; co del fenómeno^somático. .ELfkntasma-aporia 'pira cosaTquejunaj^^^ De \ la ingestión a la incorporación, es decir, de lo i autoconservativo a lo sexual, hay mucho más y ||J algo muy distinto que una psiquización, o incluso f una simbolización. Retomemos otra vez esta serie, sin duda algo fatigosa, para hacerla andar. Lafuente. La fuente es designada a veces por una función autoconservativa precisa, pero esto en casos bien delimitados que son siempre algo fáciles y al fin y al cabo poco numerosos: los la65
bios, el ano, los órganos genitales externos, los orificios urinarios, en última instancia las mu cosas —por cierto no se trata de descuidarlas— . \Las mucosas en cuestión son por naturaleza lugares de pasaje, frotados mecánicamente por lo-quereifcula7excitados por el simple o del-líquido-oda materia que los atraviesa. Pero son también lugares de intercambio con el exte^ |rior/én'píimer término el intercambio autoconí servativo, es decir, los intercambios del orgahis|m or Son también lugares de cuidados: ya en el ! animal, esos lugares de pasaje y de intercambio que son los orificios del cuerpo son también el I lugar principal de los cuidados de limpieza. Por ■último, desde nuestra perspectiva_sx>n lugares | de polarización de algo externo que viene a in1j j r E s é T ^ T alrgy g s a f^ td s ^ c uidados, sobre el |funcionamiento endógeno. Pero He aquí que la idea de una fuente sexual localmente ligada a una función de autoconservación caduca más aún cuando abando namos las famosas mucosas (o sea, las fuentes donde la descripción del apuntalamiento es más simple, más canónica). ¿Cómo mostrar, cuando se califica de erógeno a todo el revestimiento cu■ táneo, cuál es la fuente autoconservativa? Igual mente, cuando Freud afirma que todo funciona miento orgánico puede dar lugar a excitaciones sexuales. {* Freud incluso generaliza las cosas, desde los Tres ensayos, hasta suponer que «en el organis mo no ocurre nada de cierta importancia que no ceda sus componentes a la excitación de la pulsión sexual».44 Y lo comenta en «El problema 44 Gesammelte Werke, vol. V, pág, 106.
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económico del masoquismo» del modo siguiente: «Según eso, también la excitación de dolor y la de displacgjnlendoamesamonsecuencia. Esta m exoitación libidinosa provocada-oor-una ten sión dolorosa v displacentera seríanmmecanis mo fisiológico infantil que se agotaría luego» 45 Sin entrar con Freud en el problema del ma soquismo,46 se puede comprobar la extensión introducida por el término «coexcitación». No se trata ya, como en el apuntalamiento en sentido estricto, de un funcionamiento en paralelo, pro veniente siempre de ego: una agitación del or ganismo, de una proveniencia distinta de la del funcionamiento autoconservativo, puede hacer surgir la excitación sexual. Vemos qué tipo- de generalización rfeJa^fuente» se esboza. La fuente deviene agitación jx ó g ena, implantación_de un cuerpo extra ñ osa Huestión del origen tien de de golpe á invertirse en esta generalización, si ya~~no~hay nada'eñ^ o p n ó T ^ e llím it e , que no compórte algo jx o g e ^ Lá fuente no es ya un lugar del cuerpo de la cuaUbrota- f ríanTen ve~cmdád7dos procesos de los cuales j uno sería autoconservativo y eTofrcTsexual. El í términoHnísmolüente no e s y a válido si lo en- j tendemos como aquello de lo cual brota natu- j raímente algo: la sexualidad no brota de la/ fuente, como lo hace el agua. i La meta. Hay que mostrar cómo esta también _se dialectiza. Porque, incluso en el eterno mode- -
45 Obras completas, op. cit., vol. XIX, pág. 169. 46 Cf. «Masochisme et théorie de la séduction généra lisée», en La révolution coperntctenne inachevée, op. c it ; trad. en cash, «Masoquismo y teoría de la seducción gene ralizada», en La prioridad del otro en psicoanálisis, op. c it
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lo alimenticio, el pasaje de lo autoconservativo a lo sexual no se hace por una simple metáfora: el pasaje de la ingestión a la incorporación es mucho más que una simple analogía. «Incorpo rai», en primer lugar, no es sólo introducir en la psique, es metabolizar, destruir, refabricar en sí, cosas que están todas ellas fuera de la expe riencia inmediata del acto alimenticio. Aun más, ya que la fantasía de meta oral rebasa esto en mucho. La famosa tríada oral que Bertram Lewin intenta definir: comer - ser comido - dormir, trae consigo algo muy distinto que un simple desfasaje de la ingestión; implica, en particular, la situación pasiva de ser comido, una situación que quizás, en el nivel de la fantasía, es origi nal. La meta sexual nunca es el simple correla to de una actividad fisiológica. Releí un número muy viejo de la Nouvelle Re vue de Psychanalyse dedicado al «canibalismo», tanto en el sentido etnológico del término como en el sentido en el cual el psicoanálisis lo ha —por decir así— colonizado. En ese número, el único artículo propiamente psicoanalítico es el de Green que se intitula «Cannibalisme, réalité ou fantasme agi».47 Para proponer una génesis del fantasm a, Green describe allí una suerte de modelo de la experiencia de satisfacción, y desemboca, pa recería, en desdoblarla: «Cabría distinguir aquí la actividad fantasmática que sobreviene en el curso de la satisfacción de una pulsión y aque lla que se produce en ausencia de esta y por la ausencia de esta». 47 IVüuueííe Revue de Psychanalyse, «Destins du canni balisme», 6, otoño de 1972, págs. 27-52 (cit. pág. 45).
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Recordem os que había dos tiem pos en la descripción freudiana. Pero el primer tiempo (en presencia del objeto) era autoconservativo y sin fantasma. El segundo tiempo (en ausencia) era sexual v fantasmático. Lo que nos deja librados a preguntarnos cómo lo sexual puede «llegar a» lo autoconservativo.48^ ^ Prosigo mi citación de Green: «Al primer tipo [es decir en presencia de la satisfacción] corres pondería el fantasma como equivalente psíquico del funcionamiento pulsional (este es el sentido adoptado por los kleinianos desde el trabajo de S, Isaacs) [¿Pero es sexual ese tiempo? ¿Puede haber un fantasma no sexual?]; al segundo tipo correspondería el fantasma propiamente dicho [fantasma «propiamente dicho»: ¿el otro, enton ces, no lo sería?] como sustituto de la satisfac ción pulsional ausente. En ese sentido, en el ca so presente, se podría decir que es el fantasma de incorporación canibálica el que es incorpora do en lugar del pecho».49 ¿Qué significa esta última frase? ¿De dónde vendría este fantasma de incorporación. . . que debe ser incorporado? El único sentido asig nable a lo que propone Green es que sería el fantasma de incorporación canibálica parental el incorporado. Lamentablemente, Green no lle ga hasta el punto de hacer propia la teoría de la 48 Del mismo modo que «la sabiduría llega a las niñas» (tema bien conocido de la literatura licenciosa, desde el cuento II, 1, de La Fontaine, hasta «Mitsou» de Colette). Para una crítica de «La experiencia de satisfacción», véase también La révolution coperntcíenne inachevée, op. ctt., pág. xxvi y sig,,* trad. en cast. en La prioridad del otro en psicoanálisis, op. c it págs. 33-4. 49 Op. c it, pág. 45. Entre corchetes: comentarios de J. L.
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seducción: él quiere salvar a la vez a S. Isaacs, con su concepción endógena, y a algo totalmen te diferente, que consistiría en que la ausencia de la satisfacción debería abrirse sobre la pre sencia del m ensaje parental. En cuanto a la expresión según la cual el fantasma de incorpo ración viene «en lugar» del pecho, señalo que puede ser entendida en dos direcciones: «en el lugar del», pero también «respecto del» pecho. El fantasma canibálico es implantado en el cuerpo, en el lugar en que es plantado el pecho. Dentro de una concepción que busca salvar el apuntalamiento, vemos cómo tambalean la fuente, la meta, y también la relación fuente- , meta, ya que la meta, supuestamente secretada por la fuente (es esta la im agen m ism a de la «fuente», la cual tampoco es verdadera para el caso de la autoconservación), la m eta en tanto está ligada al fantasma, toma de golpe posición de fuente. Y el «objeto» también. - Sobre las contradicciones del objeto, volveré la próxima vez. Hoy, para terminar, cito simple mente esto, tomado de las Minutas de la Socie dad psicoanalítica de Viena. Es del «protocolo» 159, reunión del 24 de enero de 1912, dedicada a la cuarta discusión sobre el onanismo: «Como el onanismo infantil es un fenómeno tan extendido y tan poco mencionado, debe de tener un equivalente en la vida psíquica. Encontra mos en efecto este equivalente en el fantasma que aparece en la mayoría de los pacientes [se trata probablemente de los pacientes conside rados en la exposición del comienzo de la reu nión], a saber, que fueron seducidos por su pa dre en la infancia. Hay allí una recomposición 70
posterior destinada a encubrir el recuerdo de la actividad sexual in fantil, a excusarlo y em bellecerlo. El núcleo de verdad que contiene este fantasma [de seducción por el padre] reside en el hecho de que el padre ha despertado efectiva mente, por sus ternuras inofensivas (harmlosen Zärtlichkeiten), en la primera infancia, la sexua lidad de la niñita. (Lo mismo vale para el varón respecto de su madre.) [Ven ustedes que en esta época, 1912, Freud no da ninguna prioridad a la relación madre-hijo, porque llega a establecer una simetría perfecta: padre/hija, madre /hijo, que luego desaparece.] Son los mismos padres tiernos los que se esfuerzan después en desha bituar al niño de la masturbación, de la cual habían devenido inocentem ente la causa (die unschuldige Ursache). Así, los motivos se unen de la m anera más adecuada para form ar ese fantasma que domina a menudo la vida entera , de la mujer, fantasma de seducción, que pre senta estos tres elementos: una parte de ver dad, una parte de satisfacción amorosa y una parte de venganza».50 Es muy interesante ver cómo este pasaje in vierte completamente la teoría anterior a 1897. El padre es aquí inocente, en tanto que la niñita es sexual. Los términos son también inversos a los de Ferenczi: no es el niño el que habla el lenguaje de la «ternura», es el adulto. Freud ol vida plantearse la cuestión central de Tres ensa yos: si el padre es tan inofensivo e inocente, ¿por qué castiga la m asturbación? ¿Por qué 50 He retraducido todo este pasaje. Entre corchetes: comentarios de J. L.
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castigaría lo que él mismo provocó, si no lo con denara interiormente? Es tal vez inocente cons cientem ente, desde luego, pero in con scien temente reprime ante todo en él mismo lo que luego reprimirá en el exterior: la sexualidad. „' Ven ustedes que un pasaje com o este, en j 1912, bien en medio del extravío, continúa ha‘j ciendo justicia a ese grano de verdad que es la I seducción; pero es necesario que, en esta seducción, el seductor sea considerado inocente.
11 de febrero de 1992 Recupero nuestro recorrido reciente: dialectizar el apuntalamiento, hacerlo «saltar» en la m edida en que sería un cerrojo, en la medida en que corre el riesgo de ser un salvataje del en. dogenismo de la pulsión sexual. Con dos inter pretaciones que he recorrido rápidamente: una interpretación que llamo <paralelista» y una in terpretación <por emergencia», de la cual intenté mostrar’ la última vez, respecto de los diferentes elem entos (a excepción del objeto), que no se puede salvar el apuntalamiento sin poner en cuestión no sólo el esquema de la pulsión se xual, sino también el esquema de lo que se 11ai ma autoconservación, y el de sus relaciones. Estábamos en el objeto; dije que en la inter pretación por emergencia y simbolización, el ob jetó sexual — el pecho, para tomar ese modelo— es un d erivad o esen cialm en te m eton ím ico — continente y contenido en contigüidad— del objeto de autoconservación, es decir, la leche. Digo ahora que esto es muy «corto». El pecho es también emblemático de la sexualidad oral; no 72
es sólo algo que está comprendido en un cuer po: es, podemos decirlo sin forzar la palabra, un significante. Está incluido en un mensaje. Vol veré sobre esto. Pero aun la leche, a la que ese modelo recu rre, no es designada por Freud como tal, como objeto de la ingestión. Y, por otra parte, ¿cuál sería el objeto del comportamiento alimenticio primitivo? No es probablemente la leche en sí. ¿Es que la leche en su pura materialidad podría querer decir algo para el pequeño animal, hu mano o no? Pongan la leche en un recipiente, pocos animales irán a lamerla; incluso al gatito hay que m eterle un poco la nariz adentro. La leche en sí misma no está estrechamente solda da a un comportamiento. Digo aquí — con tanta insistencia que, a ve ces, se me critica hacer una teorización alejada de la observación— que la palabra en ese do minio vuelve plenamente a la etología, animal pero también humana, a la observación con creta del lactante. He insistido ya en Nuevos fundamentos:51 el psicoanálisis encuentra allí un dominio-frontera, un dominio en el cual el no encuentra toda su razón de ser; la sexuali dad humana no encuentra allí su explicación última, pero el psicoanálisis no puede pensar su objeto propio sin tener en cuenta desarrollos concretos de la psicología y, en particular, de la psicología animal. Es probable, en todo caso, que el alim ento entre en un conjunto objetal complejo: la leche caliente, el pecho caliente, la madre; la busca no es sólo de alimento, sino de calor, con uno o múltiples releasers, o sea, com51 Buenos Aires: Amorrortu editores, 1987.
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piejos perceptivos que desencadenan el com-;¡portamiento apetitivo. Es probable que sólo por artiñcio aislemos el com portamiento estrictam iente alimentario de otras necesidades tam bién fundamentales: la necesidad de calor, de o, con montages de grasping o de rooting, de enraizarse en el regazo materno. Si Freud pretendió que el objeto alimentario innato y preform ado, el objeto de la «pulsión oral», es el pecho, esto sin duda es falso e in completo: el pecho es succionado, no ingerido. Pero que sea necesario, por el contrario, como en el modelo un poco abstracto que recordé la vez anterior, plegar la autoconservación sobre la leche, es también casi falso, y puramente didác tico. Un modelo falso, porque pretende precisa mente salvar el modelo fretidiano, que se funda en una especie de «mixto» de autoconservación y de sexualidad, un esquema de la pulsión con su fuente, objeto y metá, que finalmente no se aplica bien ni a la una ni a la otra. Este esque ma es el de «Pulsiones y destinos de pulsión», ese texto de 19-15 relativamente dogmático que describe un modelo de la pulsión en general, común a la autoconservación y a la sexualidad, modelo que va a desaparecer poco tiempo des pués, en el movimiento que nos arrastra hacia las dos grandes Triebe de vida y de muerte. Si «Pulsiones y destinos de pulsión» es bas tante dogmático, el texto de 1914, Zar Einführung des Narzissmus, es mucho más exploratorio. Evidentem ente, «Pulsiones y destinos de pul sión» parece matizar el problema del objeto en lo que concierne a las pulsiones sexuales y a las pulsiones de autoconservación, pero lo hace so bre la base del mismo esquem a en paralelo:
«Una parte de las pulsiones sexuales es, como sabemos, susceptible de esta satisfacción autoerótica, y por lo tanto apta para servir de sus tento al desarrollo descripto a continuación, re- t gido por el principio de placer [por lo tanto se trata de un desarrollo sin objeto]. Las pulsiones sexuales que desde el comienzo reclam an un objeto, así como las necesidades de las pulsio nes yoicas, que nunca se satisfacen de manera autoerótica, perturban desde luego ese estado y , preparan los ulteriores progresos».52 En consecuencia, yo no insisto en esta nueva distinción, discutible, entre pulsiones sexuales autoeróticas y pulsiones sexuales que exigen desde el comienzo un objeto,53 sino en la idea , de que las pulsiones de autoconservación, pul-; siones llamadas «del yo» (no entro en esta dife-: rencia terminológica), no podrían «nunca ser sa-j tisfechas autoeróticamente». Freud embrolla uní poco las cosas; es cierto, cuando usa la expre sión «de manera autoerótica» para pulsiones que precisamente no son. . . eróticas. Pero se com prende lo que quiere decir: estasjmlsioriesmun-ca podrían ser satisfechas «auto», en sí mismas y"sobre~sTmismas, porque buscan desde el conñémóHmTobjéto" Tenemos aquí la idea indiscíítible~de que él funcionamiento «autoconservativo» (pongo entre com illas esta palabra para jt decir que se trata sólo de una etiqueta de con// junto) está desde el comienzo abierto al mundo exterior. Pero es esto, ese funcionamiento no so-
52 Gesammeíte Werke, vol X, pág. 227; Obras completas, op. c it, vol. XEV, pág. 129. 53 En m i opinión, son todas autoeróticas y son todas inicialmente un objeto.
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lipsista, esta abertura, lo que se cerrará en el pensamiento freudiano cuando la autoconservación termine absorbida por el m odelo sexual. $1 Volveré sobre esto más adelante. Ya, en el nivel J d e la alimentación concebida como necesidad prim aria —lo único sobre lo cual sin cesar Freud y nosotros mismos volvemos— , el objeto es tomado en un conjunto que incluye implícitamentejal otro cuerpo, nosólcycomq uncuer po que aportadla leche, sino también comojca-, lor7comd"ániídamiento, como soporte. Pero ¿qué ócuffe~si intentamos abstenernos del eterno ejemplo oral? Si pretendemos seguir esta secuencia en el nivel anal o urinario, ya que son supuestamente los tipos de apuntala miento que siguen a la oralidad, ¿se podría aún hablar de algo, en el nivel autoconservativo, se mejante a lo que Freud describe como una pul sión? ¿Son las heces el objeto autoconservativo? ¿Es ese el objeto intentado por el funcionamien to excretorio? Un objeto, por otra parte, apenas discernido en el comienzo, ya que, como sabe mos, las heces del lactante no son discernidas como algo, porque el bolo fecal unificado, solidi ficado, sólo llega después. Esto es todavía más verdadero con la mixión. ¿Cuál es entonces, en este caso, ese objeto «inicial» exterior del que j habla Freud? ¿Qué perm anece del esquem a j fuente - meta - objeto? ¡Y sin embargo fue sin j duda respecto de la analidad, y sólo de ella, que .} apareció por primera vez, en los Tres ensayos I de 1905, la palabra apuntalamiento! Lo que intento mostrar aquí también pode mos demostrarlo respecto del funcionamiento urinario. No seamos demasiado puntillosos. Sin embargo, en todos esos casos, la idea de pulsio76
fies de autoconservación individualizables es to talmente ilusoria. E xistenjppru n^partocom - * pprtamient2§^p_etiüvos^abierios_inicialmente fiobr&-eInto.biológico, el compañero adulto, el progenitor; existen —muy diferentes— necesi dades, mecanismos fisiológicos que no ponen de manera primaria al otro en juego, ni tampoco a un^objeto». __ ¿Qué quedaría del apuntalamiento en lo que ! concierne al objeto si nos atuviéramos a este es- . quema? Nada, salvo esta derivación pobre: ali mento (leche) - pecho. Todo, por el contrario, si damos ahora el paso de ir a mirar «Introducción^
11 de febrero de 1992 Abordaré este ensayo «Introducción del nar cisism o» sólo por unas pocas sendas. Es un texto bisagra, con aportes inmensos, pero que serán rápidamente recubiertos, retomados en otros conjuntos, desviados. Intentaremos regis trar algunos de esos aportes. Pero hoy mi abordaje,preciso es el del apuntalamiento. -i ] I^ P e ro el único lugar, antes de Laplanche y ! Pontalis, donde el término apuntalamiento o,/ m ás bien, el de Anlehnung, ha sido registrada ■en Freud, es en este texto; con una traducción inglesa de Strachey, la palabra artificial cuicuclisis o anaclitic, que lo ha enmascarado todo._ . La palabra se presenta entonces aquí eñ la expresión Anlehnungstypus der Objektwahl: tipo anaclítico —por apuntalamiento— de elección i de objeto. í Este es un interesante movimiento de aprèscoup. Freud descubre el apuntalam iento en 1914, pero la noción retom a enseguida sobre el texto de Tres ensayos, cuya ed ición resultará modificada. De hecho, este «apuntalamiento» del Narzissmus es a la vez parecido y diferente de la concepción originaria. A continuación cito y comento el pasaje importante de 1914: 79
«Las primeras satisfacciones sexuales autoeróticas son vivenciadas a remolque \im Ansdiluss an] de funciones vitales que sirven a la autoconservación. Las pulsiones sexuales se apuntalan al principio en la satisfacción de las pulsiones yoicas [también aquí ruego que provisionalmen te la expresión pulsiones yoicas se tome en el sentido de pulsiones de autoconservación. Los que tengan una curiosidad, legítima, sobre este punto pueden leer el artículo «Pulsiones yoicas» del Vocabulaire de la psychanalyse. En Freud, esto es muy complejo, pero por el momento y para mis propósitos es suficiente], y sólo más tarde se independizan de ellas [hasta ahora, coz mo ustedes ven, sólo se trata del esquema del apuntalamiento como antes lo presenté]; ahora bien, ese apuntalamiento sigue mostrándose en el hecho de que las personas encargadas de la nutrición, el cuidado y la protección del niño devienen los primeros objetos sexuales: son, so\ . bre todo, la madre o su sustituto».1 Hay allí una mutación esencial: de un golpe hemos abandonado el objeto parcial —y la in terpretación paso a paso del apuntalam iento que yo intenté en vano construir— , y hemos pasado al otro de la autconservación; además, ni siquiera hem os perm anecido en la alim enta ción: «las personas encargadas de la nutrición, el cuidado y la protección del niño»; de ese otro, ese compañero de la autoconservación, se da un poco más adelante una doble versión; unas
1 S. Freud, «Introducción del narcisism o», en Obras completas, op. c lt, vol, XIV, pág. 84.
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* veces es sólo la mujer: «Decimos que el ser hu mano tiene dos objetos sexuales originarios: él mismo [en el narcisismo] y la mujer que lo crió», pero otras veces Freud hace intervenir, al con trario, sumadas en la protección, dos figuras de gran generalidad: «Se ama, según el tipo del apuntalamiento, a) a la mujer nutricia [que no es la madre, es más amplio] y b) al hombre pro tector». La alimentación, los cuidados, la protec ción (por cierto no son cosas de poca monta) se reparten más o menos arbitrariamente entre las dos figuras que yo llam o em blem áticas (¿por qué la madre o la mujer no protegería? Y sabe mos que el hombre puede también alimentar. , . no es la diferencia de sexos lo que cuenta aquí); reparen también en la actividad: no se mama de la mujer sino que la mujer nutre, y el hombre protege; la actividad, marcada por el verbo, está del lado del otro. He aquí lo que hace contrapeso a este térmi no «autoconservación» y a una intepretación de masiado estrecha, incluso «alimentaria» que se diera de él, una autoconservación fragmentada a veces también por Freud en pulsiones separa das que corresponderían a montajes muy espe cíficos, muy parciales, demasiado heterogéneos también y claramente insuficientes. El término «autoconservación», como el término «sexuali dad», forma parte evidentemente de un prosaís mo freudiano que tiene su valor (quiero decir que hay que evitar comenzar a entrar en el pathos. . . como se lo hará pronto con Eros). Con la autoconservación, Freud mantiene algo extre madamente adherido a la tierra, algo «alimenta rio», y no se podría, sin más, reprochárselo: des pués de todo, vale más afirmarse prosaicamente 81
que ser un Schwärmer intemperado que se nu tra de visiones entusiastas y grandiosas; la grandiosidad no es asunto de Freud. Mejor en tonces. A pesar de todo, digamos que el término «autoconservacíón» queda un poco corto. Freud por momentos introduce otra oposición parale la, pero más locuaz, con los términos ternura y sensualidad: la oposición de una corriente tier na y de una corriente sensual; nos hemos en contrado también la última vez con este término ternura, en ese pasaje divertido de las Minu tas en el cual se trata de las Zärtlichkeiten, las ternuras prodigadas por un padre que seduce — ¡con toda inocencia!— a su hijo. El término más moderno «apego» vino a reemplazar, a com pletar, del lado de los psicólogos, el de ternura. Existen estudios, libros, simposios sobre el ape go, término hoy en desuso, tal vez equivocada mente. En todo caso, todos estos términos nos invitan a no negar una evidencia: el enraiza' miento vital, biológico, de comportamientos ani males en los cuales el amor mismo encuentra una de sus raíces. No quiero ni ahora ni luego discutir sobre el amor: pero digamos que es siempre para Freud una especie de m ixto de tres elem entos para dosificar. Por una parte la ternura, como factor biológico, ligado a comportamientos parcialmen te innatos, parcialmente adquiridos, donde hay fenómenos como el de la impronta, la impregna ción, bien descriptos por los etólogos (el apego irremediable y conmovedor de las famosas ocas de Lorenz): todo esto es comúnmente lo que lla mamos ternura o apego. El segundo elemento es, por supuesto, la sexualidad; y el tercero, es ta parte de la sexualidad que es el narcisismo,
del cual hablaremos próximamente. Digamos lo erótico y el narcisismo. Este término «ternura» lo encontramos tam bién en otros contextos, en particular en Ferenczi, en ese famoso artículo sobre «La confu sión de las lenguas entre el niño y el adulto», en el cual Ferenczi aprehende algo de lo que Freud había reprimido respecto de la seducción.2 Marqué a menudo mis diferencias con Fe renczi, podría marcar otras que tengo con él, por ejemplo: Ferenczi comparte con Freud el he cho de que siempre se trata de lo patológico. Fe renczi, como Freud, perm anece lim itado a la idea de que no está en cuestión la constitución del inconsciente en general, de lo reprimido en general, sino que se trata de los casos patoló gicos de traumatismo o de seducción. El artículo sobre «La confusión de lenguas» opone explícitamente dos «lenguajes»: el lengua je de la ternura, que estaría por entero del lado del niño, y el lenguaje de la pasión, que estaría por entero del lado del adulto. Es un reparto con el que estoy inmediatamente en desacuer do, porque la ternura está de ambos lados; bas te recordar el pasaje de las Minutas en el cual la ternura está del lado del padre. Por otra parte, la pasión (si se quiere emplear este término pa2 H abría todo un trabajo, en prim er lugar histórico, que hacer sobre Ferenczi y la seducción; en principio, puesto que Ferenczi no disponía ni del Entwurf ni de las cartas a Fließ, convendría determ inar exactam ente las tentativas que para forzar la «caja fuerte» de la seducción freudiana, qu e h a b ía sid o expu lsada, d e ja d a d e la d o , por Freu d. ¿Qué logró percibir? H ay evidentem ente un Ferenczi para «h a cer trabajar» m ás allá de cu alquier ten tativa de an e xión de su obra por los ferenczianos.
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ra designar lo sexual, lo que es ciertamente una manera de desexualizar lo sexual), la pasión o lo sexual está por cierto prioritariamente en el adulto, pero lo interesante es lo sexual incons ciente y no lo sexual actuado de manera tranca. Pero en lo segundo se interesa esencialmente Ferenczi: en el abuso sexual adulto, franco, perverso, traumático, un poco en lo que Freud llamaba ya, en su período anterior a 1897, se ducción. Ahora bien, desde mi punto de vista, y para marcar allí también la diferencia, incluso en un abuso sexual abierto, cometido por un adulto sobre un niño —una violación, por ejemplo— , el único hilo psic oanalítico es la parte que sigue perm aneciendo enigmática. Un adulto puede hacer sufrir los mayores -ultrajes a un niño, y el único punto por el'cual esto se fantasmaüza es siem p re^ p ese a todo lo que^queda -más aüá; delJadO-del .mño^ <<¿Qué_quiere^de-mi?»; y del la do del adulto: «¿Qué me pasa, qué me ocurrió que hice esto, cómo me pasó?». Volvamos ahora a esta visión más amplia del apuntalamiento sobre la cual se abre el texto de 1914. El funcionamiento vital, lo llamemos autoconservación o ternura, es un comportamien to complejo, ante el cual la observación psicoló gica y comparada mantiene toda su legitimidad. Digo bien, «comparada», porque precisamente la parte de ternura, de autoconservación, en el ser humano es recubierta por lo sexual tan rápida mente que es más bien por referencia a com portam ientos animales afínes como se puede llegar a hacer esa especie de deducción eviden temente abstracta, psicológica, pero que no ca rece de interés, incluso sí para los psicoanalis 84
tas no tiene casi impacto sobre su práctica. . . f El funcionamiento de autoconservación es en tonces com plejo, pero incluso tom ado en su conjunto no puede ser llamado fuente de lo se- : xual, en el sentido de una fuente natural; no sel puede decir que de ese comportamiento de con-l junto brota lo sexual. La relación de autoconservación llamaba.la seducción, y de múltiples maneras. En primer lugar, primordialmente, la autoconservación es tá abierta sobreseí.otro, ella implica a lo tro . Se habla de interacción en ciertos medios psicoanalíticos, sobre todo anglosajones; la interac ción es considerada como evidente, como la res puesta a todo; es así como, cada vez que yo pro pongo ¿pero no creen ustedes que lo esencial de lo sexual en el niño viene del otro?, obtengo es ta respuesta corriente: pero por supuesto, la in teracción es de ambos lados. En cambio, y pese a este abuso de la noción, estoy totalmente de acuerdo en describir la ternura bajo el rubro de la interacción; pero con todo lo aleatorio, los agujeros, las fallas, que podemos describir en el ser humano. Es en la interacción de la ternura donde se desliza, ¿onde viene a insinuarse la acción inconsciente^deLotro, la cara sexual inconscienté del mensaje_deLotro. Suponiendo que dibujemos la interacción, en el nivel de la conservación, con dos flechas que vienen al encuentro la una de la otra, la cara inconsciente del m ensaje es algo paralelo al comportamiento del adulto. niño
i ........ ..... —
... ..... .. ■■..adulto faz inconsciente, sexual, del mensaje adulto
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- Es esta parte inconsciente del mensaje del * otro, vehiculizada en el comportamiento mismo de la ternura, en esas Zärtlichkeiten; es esta parte la que viene, en su lugar de impacto sobre el cuerpo y el comportamiento del ñiño, a crear el. punto de partida del apuntalamiento —si se quiere conservar esta palabra,' El otro adulto es múltiple; Freud lo designa muy esquemáticamente: el padre, la madre, el hombre, la mujer, sus sucesores, dice, sus sus titutos. Y sobre todo el otro adulto de la ternura tiene muchos aspectos que vimos claramente distinguidos por Freud: nutrir, brindár cuida dos, proteger. Es totalmente ilusorio, en un esquema como este, intentar subdividir a ese otro adulto en es tadios, según la relación de objeto. En otros tér minos, ño se trata desdecir que hay un otro adulto oral, un otro adulto 'ánaí, urTótro adulto fálico:„lo que no haría sino reintroducir un pun to desvista, endógeno. El otro, si es anal o fálico —lo que es muy posible— , el otro, si es mudo y dominado por un fantasm a —y esta forzosamente dominado por fantasmas— , lo será en to dosJ_os_.momentos~de-su-vida7 ¿Qué son enton ces esos supuestos estadios? Imposible conce birlos fuera de la relacióií de ternura y de cui dados. Tomémoslos por este sesgo: la relación de .cuidados ofrece, propone, lugares dejm plantación por el hecho de que los gestos del__adulto van a vehiculizar fantasías. Implantación: em pleo esteTermino“errun^enüdb apenas metafó rico, porque en el límite no veo por qué la fanta sía y el mensaje, el mensaje que vehiculiza una fantasía inconsciente, no se implantaría en una parte del cuerpo tanto como en el cerebro.
La vieja idea de «coexcitación», que no es por1 putero la del apuntalam iento, encuentra su fk lo f aquí, si percibimos que es inseparable de lafantasía^no hay coexcitación del dolor en el i lAasoquismOi no hay tal vez coexcitación sexual ¡ en un traumatismo como el accidente somático i brutal- sin que se le sume una parte de fantasía. 1 -Vuelvo a esta cuestión de los estadios, que hay que intentar desinflar un poco. Los estadios están ligados, como ustedes saben, a lugares del cuerpo, se dice: estadio oral, estadio anal, etc.; la libido viajaría de este modo a lo largo del cuerpo, de un punto al otro. ¿Qué son esos lu gares del cuerpo? Se trata inicialmente de todo el cuerpo. Freud no se equivoca cuando dice que en principio todo el cuerpo es susceptible! de ser el lugar de esos mensajes tiernos, esas; caricias, esos mimos. Pero, evidentemente, los; lugares del cuerpo son ante todo las zonas de pasaje, las zonas de cuidados y las de limpieza. Son zonas absolutamente prefiguradas, prede terminadas por el funcionamiento mismo de un organismo, y destinadas a los cuidados de la limpieza, no sólo en el ser humano, sino tam bién en el animal. ¿Qué ocurre entonces con esta idea de sucesión de estadios como de una sucesióñ de lugares, y de una libido que se pa searía del uno al otro, que seguiría una especie de recorrido en zigzag sobre el cuerpo? Lo que se llama el «estadismo» del psicoanáli sis tiene un aspecto ridículo. Freud, a decir ver dad, jam ás dio en esta especie de sucesión, hasta de subdivisión de los estadios, que es obra de Abraham. Quiero remitirlos al excelente artículo, ya antiguo, ya que data de 1958, de Rosolato y Widlócher, «Karl Abraham, lecture de
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son oeuvre»,3 que muestra bien ese estadismo impenitente en el cual todo es subdividido, so metido a una escala: no sólo las etapas de la Ib bido, sino también las etapas del yo» y también aquellas de la elección de objeto. Así, Abraham. ha subdividido el estadio oral en estadio oral de succión y estadio oral de mordedura, el estadio anal en estadio anal de expulsión y estadio anal de retención, etc. Evidentemente, hay que ser claros y no temer decir que ciertas maduracio nes fisiológicas son importantes; pero su im por tancia principal,dpsde nuestro punto de vista, e^taTpreHsamente en que ¿ o lm ii^ lá atéhción deradulto: sus'gestos, sus mensajes, sus fan tasmas. Asi ocurre con la salida dé los dientes, y nías”aun con la maduración de lo que se lla ma el control sobre, los esfínteres, que desem boca en heces más retenidas y más firm es; es esta una evidencia, pero que no autoriza en mo do alguno a hacer que se sucedan en el orden y en el rango estadios de la autoconservación e, incluso más, a hacer que se correspondan a es tadios libidinales, o a estadios del yo, del objeto, ¡y hasta de la aprehensión científica del mundo! Ferenczi mismo toma ese camino en su a r tículo sobre «Los estadios del desarrollo del sen tido de realidad». ¿Adonde se llega cuando se comienza a escalarizar todo de este modo? Muy sim plem ente, hacia un psicoanálisis de CCM — «cuestiones de com plem entaxiedad m ú lti ple»— ; ¿qué viene después del estadio oral 2, el estadio anal 1 o el estadio uretral? Se trata de un psicoanálisis para instruir a «la tropa». Esto me recuerda una vieja historia idiota: «¿Qué son los pies?», pregunta el cabo a los soldados a los 3 La psychanalyse, 4, París: PUF. 1958, págs. 153-78.
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cuales brinda instrucción, Y cada uno da una respuesta, evidentemente «falsa»: los píes son un medio de locomoción, los pies son la extre midad inferior del cuerpo, etc. El cabo, consul tando su m anual, da entonces la respuesta correcta: no, los pies no son un medio de loco moción, «los pies son el objeto de atención per manente del soldado». La respuesta del cabo en su absurdidad es mucho más interesante que la de los soldados. EUa jjvoca para nosotros el hecho de que todas jas zonas corporales llaman a los cuidados^del .adulto, cuidádosque están presentes desde las primeras horas, en razón de lo .cual es totalmente vano pretender describir un orden de sucesión. Desde las primeras horas de vida, las zonas anal y genital son objeto de atención, H ó deí soldado, sino Yeálméñté de la persóña” que cuida7 habitualmente de la madre. Uo hay que negar que se crean sucesiones, p o -. larizaciones sucesivas. Pero incluso en lo que se j llama aprendizaje de la limpieza, a lo cual aludí j hacé übdhoméhfo a propósito cíel control de es fínteres, con un control más relajado prim ero,; más controlado después, todos sabemos que ese aprendizaie .de la limpieza es diferente de un j niño a otro, yjDor cierto que no se cumple enj función de la sola maduración muscular ni aun neurológica del niño, sino de la atención vigi-f lante que le aportan los padres. Atención v i gilante del soldado, atención vigilante de la ma dre. Es lo que crea las zonas erógenas. 7^ Las zonas erógenas son entonces el objeto de rá¡* éindadós Embebidos de los fantasmas principa les del adulto. La madre que amamanta puede «embuchar» desdé“él comienzo un pecho fálico o anal, sin esperar para eso el estadio anal. Quie89
ro recordarles ese bello lapsus que hemos des cubierto en el Entwurf, donde Freud, en lugar de escribir aporte de alimento, Nahrungszufuhr, escribe Nahrungseinfuhr: introducción de- alijmento.4 Estamos aquí, ya que comentamos Zur Einführung des Narzissmus: «Introducción del narcisismo». Bonito lapsus de Freud, que nos dice todo acerca de la acción del adulto, la cual no se conform a con presentar, aportar como 'Servidor neutro y anónimo, el alimento al niño. Los cuidados entonces circunscriben y releváñ sobre el cuerpo las zonas erógenas, cir o cunscriben y relevan también sobre el cuerpo del adulto significantes, como el pecho. Espe rando que salga al fin el libro de Jacqueline Lanouziére, que desarrolla, entre otras, la idea que todos los psicoanalistas han descuidado: ¡olvi daron que se trataba dé una zona erógena del \ adulto! Ustedes pueden leer todo Melanie Klein sin encontrar allí la idea de que el pecho es un objeto de placer, que una mujer tiene placer con el pecho. El pecho es el caballito de batalla de los kleinianos (y de algunos otros. . .) y jamás la idea de que el pecho es un lugar de placer se ha m encionado (digo «jam ás», no se puede decir «jamás». Tal vez alguien encuentre un pasaje. . . ¡ello me pondrá muy feliz!). A l apuntalamiento Intenté subvertirlo, darlo vuelta a través de la seduccionTTero lo que viró corola seduccíohUué también todaUa estruc tura: insistí en ello /porie’ la relación autoconservadora o tierna no podría ser descripta como 4 Cf. La révolution copernicienne Inachevée, op. cit., pág. xxvii, n. 52, y pág. xxviii, n, 56; trad. en cast., La p rio ridad del otro en psicoanálisis, op. cit., pág. 34, n. 52, y pág. 36, n. 57.
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simplemente pulsional siguiendo el viejo mode lo. Y aún menos la pulsión sexual, si queremos mantener este térm ino pulsión.5 itam os que lo conservamos: no podemos ciertamente hacerlo sin trastocar de arriba abajo las famo sas cuatro dimensiones de Freud. Y en particu/"íar, la pulsión sexual tiene una fuente indisocia-? blemente fantasmática e implantada en él cuer-' pm Su objeto, eí~hitrd",~ésta eíT éi origen de la pulsión. SuTñbjetoUuente (y podría decirse indusoTsii objeto-fuenfeuneta) es lo que resta del mensaje enigmático deLfitro vehiculizado en lá | autoconservacíón. ! 'Emgmático. Termino con esto. Lo enigmático hace fortuna, estoy encantado. La próxima obra postuma de Léon Chertok, recolección de ar tículos, se intitulará El enigma de la relación en el corazón de la medicina. Me siento feliz de que el enigma se abra camino.
18 defebrero de 1992 Seguimos la vía zigzagueante, compleja, de un extravío, tanto más compleja porque se trata de un pensamiento genial que por momentos se recupera de mna manera extraordinaria. Hay aportes constantes — que veremos— , reform u laciones por la experiencia psicoanalítica (die •psychoanalytische Eifahrung), cambios bruscos, de aspecto casi calidoscópico, sobre los cuales se han planteado muchos problemas, y que no 5 La pulsión pour quoífaire? ¡¿La pulsión, para qué sir ve?] es el título de una obra colectiva (D. Anzieu, R. Dorey, J. Laplanche, D. Wtdlócher], París: APF, 1984.
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son negativos. Por otra parte, reenderezar un extravío, extraer de él los aportes y reform ula ciones, no es menos complejo. ¿Sería posible mostrar qué podría ser —lo que habría podido ser— la teoría psicoanalítica sin el extravío ini cial? ¿Desconstruir imes no implica fundar nuevamente y de otro modo? Intenté mostrar el sentido nuevo que podría tomar el apuntalamiento una vez introducido en el marco de la teoría de la seducción, sin duda desplazándolo de su marco de origen, endógeno,~ el de una em ergencia de la pulsión sexuada partir de la autoconservación, pero teniendo en cuenta también nuevos elementos que aparecen en la evolución del pensamiento de Freud. En otros términos, no sólo el apuntalamiento esta lla desde el interior, (he intentado indicarlo mos trando la idea de la seducción como su única interpretación posible, como su verdad), sino que además, en este caso en Freud, un elemen to nuevo viene a ampliar la perspectiva: la apa rición del tipo de elección de objeto por apunta lam iento, que nos perm ite tom ar una nueva perspectiva, en particular respecto del objeto. En una teoría un poco simplista, se trataba del objeto de la autoconservación. Pero nos di mos cuenta de que la elección de objeto por apuntalamiento mostraba, balizaba algo mucho más vasto que este alimento, esa leche, objeto puramente material; que el conjunto de lo que se llam a con justeza el apego, y que Freud ña mó a veces la ternura, le daba su marco verda dero. Por otra parte, hemos visto que el objeto sexual, fantasmátieo por esencia —el objeto se xual no puede ser inicialmente más que un ob jeto en el fantasma, digamos el pecho— no es 92
un derivado puramente asociativo de la leche. Es demasiado simple, incluso si a cierto nivel es exacto, decir que el objeto sexual es una meto nimia del objeto de alimentación. Hemos inten tado mostrar que hacía falta ir más lejos, hacia aquel que designa el pasaje de la leche al pe cho, que de-signa, que de-limita, que cerca algo que es el pecho, el pecho de la madre, cercado por ella misma como su propio órgano sexual, designado por ella, en el corazón mismo de su relación de apego con el niño, relación que es, claramente (lo he destacado, estoy de acuerdo con esto) interactivo en su propio nivel. Retomo entonces el camino de estos extra víos de la pulsión, de esta tentación una y otra vez renovada de un biologismo endógeno, que reaparece y que se volverá aún más presente en lo sucesivo, tentación biologizante, hasta metabiologizante. Retomo ese texto de 1914, «Intro ducción. del narcisismo», limitándome, tanto co mo sea posible, a su aspecto pulsional. Eviden temente es un texto difícil, un texto de búsque da, tanto por las nociones que introduce como por aquellas de las cuales hace la síntesis, un texto que introduce no sólo el narcisismo sino también el ideal, el superyó, o una teoría de la hipocondría: Es un artículo repleto de descubri m ientos y puntualizaciones. Hoy voy a abor darlo por lo que es, pese a todo, su aspecto cen tral: la introducción del narcisismo, \ Introducir el narcisism o es evidentem ente reintroducir é f y o , yueíñtr oducirlo en_la teoría psicoánafíticaTConocemos bien el destino de la nócionide'yóT desde aquí, con El yo y el ello, y la continuidad que tuvo en lo que se llamó la psi cología del yo, pero no sólo en ella. (Los remito, 93
también en este caso, como una lectura que no podría dejar de lado, al artículo sobre el «yo» en el Vocabulaire; es el artículo más extenso de ese libro y traza bien esta evolución de la noción de yo y sus problemas, su problemática, al prin cipio y a lo largo de toda la obra de Freud. Sub rayaré simplemente algunos ángulos, algo más tal vez que en el Vocabulaire, aun cuando ya es tén allí bien indicados. Existe de inicio la distinción cómoda (para tomarla en cuenta, pero también para borrarla enseguida) entre el yo-individuo y el yo-instan cia. Entré el individuo, llamémoslo biopsíquico, en el sentido en que se puede decir que también un animal es un individuo biopsíquico,6 y por otra parte lo que se llama el yo-instancia, aque llo que en adelante Freud llamará «instancia». El Vocabulaire recuerda que el yo instancia (Iristanz) es un término jurídico introducido desde La interpretación de los sueños: la instancia en juiciante, la instancia censurante. Los ingleses traducen más bien por «agency», que no tiene del todo el sentido jurídico de instancia en fran cés y en alemán,* aun cuando ustedes encon trarán de todos modos esta idea de delegación de poderes, la agencia, la «representancia». Pero Pontalis y yo mismo mostramos ampliamente que los dos sentidos del yo, como individuo y como instancia, están presentes desde el co~
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6 No se trata de lo que yo designo a veces ego. Introduz co ese término ego por comodidad, para indicar, en tal o cual desarrollo, aquel de quien se trata, para indicar un espacio, sin prejuzgar en modo alguno sobre su naturale za de individuo, de persona, de sujeto. Entonces, en lugar de decir Henri o Paul, digo simplemente ego. * [Y, evidentemente, en castellano [N. de la T.)I
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mienzo, y esto contra toda una tradición dema siado simple pero tenaz que pretende que Freud habló del yo como individuo hasta aproxim a damente 1914, y que a partir de allí, abrup tamente, se puso a hablar en otro sentido, en el sentido de la tópica. En realidad, hemos mostrado que la distinción y la relación entre ambos existían desde el comienzo. Porque evi dentemente, si los dos eran perfectamente dis tintos, bastaba denominarlos de dos modos di ferentes, llamar al primero, por ejemplo, «indivi duo», y el pase estaría realizado. Pero el pase no estaba dado, porque se producía precisamente un pase entre ambos, entre el yo-individuo y su instancia delegada. Por otra parte, ¿qué tipo de relación, de dele gación, hay entre el individuo y su agency? He insistido en el hecho de que hay dos únicas vías para una delegación, como para toda asocia ción: la de la contigüidad y la de la semejanza, o sea, de la metonimia y la metáfora. En mi ar tículo «Derivación de las entidades psicoanalíticas»,7 por ejemplo, tomé precisamente el yoinstancia como derivado á la vez metonímico y metafórico del yo-individuo, e indiqué que ese doble tipo de derivación superaba incluso am pliamente' el dominio de la lógica, de la retórica o de lo psíquico, ya que se podría decir del mis mo modo que en lo biológico el niño es un de rivado metonímico, un pedazo del cuerpo de la madre, y que es al mismo tiempo, a imagen de la madre o de los padres, un derivado metafóri co. La generación misma no escapa a estas dos 7
(1971) En La révolutíon copemicienne inachevée, op.
cit., págs. 107-24.
grandes y únicas vías de derivación. Pero esto mismo supone posibilidades de sim plificación injustificada, contra las cuales hice en cierto momento una puntualización. en el sentido de que no se trata sin embargo de distinguir nue vamente dos «yo», un «yo metonímico» y un «yo metafórico»; porque precisamente el problema es que un solo y mismo yo-instancia es a la vez metonímico y metafórico, metonimo-metafórico, ^derivado de manera com pleja desde algo que í podría definirse como la totalidad de un orga nismo viviente en el mundo. No hablemos en tonces de yo-metonímico, y de yo metafórico, si no de derivación metonímica y derivación meta fórica del yo. Derivación metonímica del yo, ¿qué quiere decir esto? El término agency lo deja entender. Es una especie dé~órgano'difer enciad o y espe cializado del todo, que esta encargado de una d élas funciones]de este. Es un ministerio en un gobiernóToúírTgobierno en un país, tal o cual cuerpo constituido; se trata de un pedazo que está diferenciado, una parte del cuerpo en la que se delega cierta función. Y ustedes saben, Freud va lejos en ese sentido de la metonimia, de la diferenciación, puesto que nos dice que el yo y el sistem a percepción-conciencia del que deriva (o que es su centro, si ustedes quieren) son una parte diferenciada del organismo, una diferenciación superficial, en la superficie del organismo; en el límite, se trata de una especie de piel, o de ojo, de órgano de recepción y de protección. Asisten ustedes a una generación del yo y del sistema percepción-conciencia de este tipo, por ejemplo, en Mas allá del principio de placer. Pero conocen también esa frasecita 96
subrayada ya por muchos —por mí mismo— y luego por Anzieu, que hizo de ello una parte im portante de su reflexión; la frase aparentemente misteriosa, en una nota de El yo y el ello: «El yo no es sólo un ser de superficie, sino también la proyección de una superficie». Lo que quiere de cir, exactamente: él no es sólo metommico, es también m etafórico. No es sólo un pedazo di ferenciado en superficie, es al mismo tiempo algo que resulta, por así decir, como la proyec ción de la superficie, como algo que se asemeja, en el interior, a la superficie. El término proyec ción se toma aquí en todos los sentidos, inclui do el sentido originario que hay en el Freud neurólogo, el sentido con el cual se habla de la «proyección» tan conocida de las diferentes par tes del cuerpo en la corteza cerebral, ese famoso homúnculo que se puede dibujar sobre el córtex cerebral. Freud se refiere a esto. Con una serie de correlaciones que bien podemos llamar «fantasmáticas». De tal modo, entre este ser de su perficie que sería una corteza y el córtex que, pese a su nombre, es todo salvo una corteza (muy por el contrario, es hipersensible, hiperffágil), hay en Freud una especie de pasaje, de juego entre ambos tipos de superficie. Pese a todo —para dar una perspectiva de largo plazo sobre aquello que llegará a ser el yo en Freud y en sus sucesores— , entre los que se van a alinear en la ego-psychology, prevalecerá el aspecto metonímico, es decir, la idea de un yo que es una diferenciación, un aparato, un órga no encargado de la razón, de la racionalidad, del dominio de las pulsiones y también de la negociación entre las pulsiones y el mundo ex terior. De modo que la derivación metafórica del 97
yo se ve tal vez dejada un poco de lado —0 al menos los autores tienen cierta dificultad en sostener juntas las dos derivaciones, por una parte !a idea de un yo-órgano de la racional!ad, de la percepción y de la conciencia, y por otra la idea de un yo que sería a imagen de algo quiza mas oscuro y menos racional— ; se puede decir que de allí nace el sí-mismo, el se¡f. Ese self encuentra exactamente su justificación o mas bien su coartada, en la incapacidad de mantener juntos ambos tipos de derivación En a medida en que el yo había sido empujado del lado de unq. instancia racional, cartesiana, en el lim ite platónica (el noús platónico que lleva la rienda de las pasiones), era necesario encontrar un lugar para esa otra cosa que son las identifi" P - Es poco creíble que por la vía de las identificaciones, eventualmente distorsionadas, se cree una instancia capaz de distinguir lo ver dadero de lo falso. Es allí y no en otra parte donde se encuentra el origen de la invención y de la hipertrofia actual de esta instancia del «sím ismo», instancia identificatoria, m etafórica, que permite, como lo dije en muchas ocasiones, esem bargar al yo de la irracionalidad que él también vehiculiza. Dos distinciones, entonces, demasiado fáci les, de las cuales se podría decir que la una du plica a la otra: la distinción entre un yo y un símismo o, como siempre se me ha querido hacer decir y yo no digo, entre un yo metonímico y un yo m etafórico (es exactamente la misma opo sición), distinción duplicante y que agrava una diferencia, también clasificatoria y extrínseca, entre el yo-individuo y el yo-instancia. 98
t.ns dn.c ^ teced en tes mayores y explícitos %ád texto de 1914 «introducción del narcisismo» , son los textos sob reL ggggd g, ^ 0 9 1 0 - e n él I subyacen las discusiones con Sadger sobre el ! problema de la identificación narcisista con la .madre— , y, por otra parte, el texto sobre Schre■¡ ker de 1911 — en este caso, en trasfondo, el í nombre de Jung. Es interesante leer una prim era «Introducjfcción del narcisism o» en el Schreber, tres años M antes del texto que lleva ese título.
«indagaciones recientes [se refiere a Sadger y a su propio «Leonardo»! nos han llamado la aten ción sobre un estadio [volverem os sobre este término estadio para discutirlo y cuestionarlo] en la historia evolutiva de la libido, estadio por el que se atraviesa en el camino que va del autoerotismo al amor de objeto. [La libido va del autoerotismo al amor de objeto, es lo que se ha bía dicho desde 1905: autoerotismo en la iníancia, amor de objeto en la pubertad y en la edad adulta.] Se lo ha designado «Narzissismus»; pre fiero la designación «Narzissmus», no tan correc ta tal vez, pero más breve y menos malsonan te.8 Consiste en que el individuo empeñado en 8 Notem os que Freud ha elegido «narcism o» en alemán, y que los ses eligieron «narcisism o» por ser, ^ con trario, e l térm ino que m ejor suena. Algu nos h an hecho, por otra parte, todo un psicoanálisis de Freud al respecto, diciendoPque F reu d h ab ía cortado la sílaba «is» (Narzis-
.sismas - Narzissmus) como había cortado; s" haciéndolo pasar de Sigism und a Sigmund; lo ^
Freud
reprimiría así en realidad, es la decUmac ón Isl!s es decir toda u n a parte de la egiptología; m ás alla de este ps análisis de Freud, en el cual yo no entro, es cierto que no
el desarrollo [este texto es interesante porque es más explícito en este punto que el de 1914], y que sintetiza en una unidad sus pulsiones se xuales de actividad autoerótica, para ganar un objeto de am or se tom a prim ero a sí mismo [sich selbst nimmt], a su cuerpo propio [ven us tedes aparecer allí algo cercano al Selbst, un ancestro del selj, pero un self-cuerpo], antes de pasar de este a la elección de objeto en una persona ajena. Una fase así, mediadora entre autoerotismo y elección de objeto, es quizá in dispensable en el caso normal [en Freud encon tramos a menudo, pese a todo, la idea de una sucesión* acorde al fin y normativa]; parece que numerosas personas demoran en ella un tiempo insólitamente largo, y que de ese estado es mu cho lo que queda pendiente para ulteriores fa ses del desarrollo.' [Un lugar en el cual uno pue de detenerse, un punto de fijación, y por tanto una posibilidad de regresión.] En este sí-mismo [allí, es das Selbst: an dlesem Selbst] tomado como objeto de amor puede ser que los genita les sean ya lo principal. La continuación de ese cam ino lleva a elegir un objeto con genitales parecidos; por tanto, lleva a la heterosexualidad a través de la elección homosexual de objeto. [Habría entonces una especie de secuencia nor mal: autoerotismo, narcisismo, elección de obje to homosexual, elección de objeto heterosexual,
deja de tener relevancia el cortar una sílaba de su propio nombre. Cf. sobre este punto la tesis de la Universidad de París VII de Ricardo Andrade: «L’héritage romantique alle mand dans la pensée freudienne» (La herencia romántica alemana en el pensamiento freudiano), sostenida el 12 de diciembre de 1990.
con dos posibilidades de detención a lo largo de esta vía]».9 Los dos estudios clínicos de Freud en los que aborda el narcisism o —notarán ustedes tam bién que se trata de estudios clínicos fuera de la cura, ya que se ejercen sobre textos— son los trabajos sobre Leonardo da V in ci y sobre el Presidente Schreber. No hago aquí sino recordar cosas muy conocidas. La homosexualidad en Leonardo es definida como una elección de ob jeto narcisista: Leonardo, habiendo sido hiperamado por su madre, se pone en el lugar de es ta para amar jóvenes como él.fue amado por ella cuando era joven. Elige objetos según el modelo de lo que se ha sido, pero poniéndose a sí mismo, como amante, en un lugar diferente, el de la madre. El otro estudio es el del Presidente Schreber, que fue objeto de una discusión permanente y fascinante con Jung en su correspondencia. La interpretación freudiana es en este caso que luego del desastre, de la «catástrofe», de la pér dida del mundo y sus objetos, Schreber se reunifica en un delirio de grandeza construyendo un universo cerrado y grandioso. He aquí lo que Freud dice en «Introducción del narcisismo»: «¿Cuál es el destino de la libido sustraída de los objetos en la esquizofrenia? El delirio de gran deza propio de estos estados nos indica aquí el camino. Sin duda, nació a expensas de la libido 9 En Gesammelte Werke, vol. VIII, págs. 296-7; trad. en casi., vol. XII, pág. 56. Entre corchetes: comentarios de Jean Laplanche.
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de objeto. La libido sustraída del mundo exte rior fue conducida al yo, y así surgió una con ducta que llamamos narcisismo. Ahora bien, el delirio de grandeza no es por su parte una crea ción nueva, sino, como sabemos, la amplifica ción y el despliegue de un estado que ya antes había existido. [Este pasaje es interesante por el hecho de decir claramente: la psicosis es un narcisismo secundario, una regresión al narci sismo primario, que es el narcisismo de la in fancia al cual se ha retornado. El narcisism o secundario es un narcisismo adulto, patológico, sintomático; el narcisismo primario es, simple m ente, el de la infancia; lo que contribuye a desmitificar la idea de un narcisismo primario que fuera totalm ente «originario». Continúo:] Así, nos vemos llevados a concebir el narcisismo que nace por repliegue de las investiduras de objeto como un narcisismo secundario que se edifica sobre la base de otro, primario, oscureci do por múltiples influencias».10* , ' Insistamos en lo siguiente: esta distinción de lo secundario y lo primario resultará luego des plazada cuando Freud llame narcisismo prima rio a una especie de narcisism o del individuo biológico, es decir un estado biológico primero, en el límite un estado que no sería psíquico, en tanto que designa al «narcisismo del yo», incluso en la infancia, el amor llevado a la instancia del yo, como un narcisismo secundario. Hay des plazamiento hacia atrás, pasaje a un estado que
10 En Obras completas, op. c it , vol. XIV, págs. 72-3. Entre corchetes: comentarios de Jean Laplanche.
se podría decir inventado, a un estado biológico primero, postulado de manera totalmente inde bida {tuve en más de una ocasión oportunidad de romper lanzas contra esta idea de un narci sismo biológico de partida). Ven ustedes que es te desplazamiento no existe en el pasaje citado: allí es totalmente claro que el narcisismo secun dario es el de los síntomas narcisistas, el nar cisismo primario es el de la infancia, y aquello que viene después del autoerotismo; no es en tonces primero, no existe desde el comienzo en el ser humano. La introducción de esta noción de narcisismo es un tiempo tan fuerte, tan novedoso, que pro voca una suerte de vacilación de toda la teoría de las pulsiones. Una vacilación que no es pura cláusula de estilo, y que se traduce en términos radicales: «Dada la total inexistencia de una doctrina de las pulsiones que de algún modo nos oriente, está permitido o, mejor, es obliga torio adoptar provisionalmente algún supuesto y someterlo a prueba de manera consecuente hasta que fracase o se corrobore».11 Por supuesto, se puede hacer la elección, en ese texto, entre lo que anuncia una deriva ulte rior y lo que lleva el germen de algo más fecun do. Yo prefiero, por el momento, insistir en lo que me parece más fecundo. Y en ese sentido recuerdo el pasaje esencial, que en definitiva no hace sino repetir el largo pasaje, citado antes, de Schreber: «Hago notar: Es un supuesto ne cesario que no hsté presente desde el comienzo en el .Individuo una unidad comparable al yo; el yo tiene que ser desarrollado. Ahora bien, las 11 Ibid., pág. 75. 103
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pulsiones autoeróticas existen desde el.origen; por tanto, algo tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para que el narcisismo se constituya».12 Este pasaje ha sido comentado a menudo; he insistido en particular en el hecho de que de cir «lás pulsiones autoeróticas existen desde el origen» constituye ya una suerte de aplana miento, porque en otros textos, particularmente en Tres ensayos, Freud declara explícitamente: «La pulsión deviene auto erótica». En realidad, entonces, ese narcisismo viene luego del autoerotism o, que éí mismo viene después de un tiempo anterior, ya que el autoerotismo como repliegue sobre el fantasma es algo que adviene. Este primer narcisismo, tal vez «primario», no es menos segundo. Segundo, no en el sentido en que viene después de otro narcisismo, sino en el sentido de que viene después de otra cosa. Hay a llí una am bigüedad sobre los térm inos que es conveniente subrayar: ¿es que se dice prim ario por relación a algo secundario, a un narcisismo ulterior, o es que se dice primario de manera absoluta, en el sentido de que no hay nada que venga antes que él? Es para mí evi dente que se trata de un primer narcisismo, pe ro que no es el prim er tiempo del «desarrollo» (para hablar como Freud, ya que no hay razón para rechazar ese modo temporal de pensar). Un paréntesis sobre este térm ino estadio. Nada obliga a concebir ese primer narcisismo como un estadio. Señalaré incluso que la suce sión propuesta por Freud: autoerotismo, narci sismo, elección de objeto homosexual, elección 12 Ibid., pág. 74.
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de objeto heterosexual, es una especie de suce sión abstracta que nunca fue muy inspiradora en la prosecución del pensamiento psicoanalítico. Hay allí como una secuencia de desarrollo «canónico», que resulta trabajoso hacer cohe rente con otras secuencias, por ejemplo la suce sión de estadios libidinales. El fracaso del estadismo se ve aún más claramente en ese caso. Por mi parte, afirmo que nada obliga a ver en el narcisismo un «estadio»: más bien me inclinaría a verlo afirmarse en una multitud de momentos narcisistas, con una repetición, sin embargo, de m icrosecuencias: autoerotism o - narcisism o. Pero no existe en el ser humano estadio narcisista como no hay «estadio» autoerótico. Comento aquí esa frase «nueva acción psíqui ca»: nuevas acciones psíquicas, se podría decir, deben agregarse al autoerotismo. Toda una se rie de nombres se presentan, y toda una serie de aproximaciones que vienen a completar algo que había sido dejado en puntillado por Freud. Pronunciaré tres nombres. El de Federn, que se dedicó a este problema del yo como unificador, y, en cuanto a la cuestión de la génesis, los de Lacan y Anzieu. ConJLacan, se trata .evidentemente del «esta dio del espejo», acerca del cual se nos ha repe tido regularm ente que lo debem os a Wallon. “Confieso que ese tipo de crítica me deja helado, porque lo que Lacan hizo con él no es lo mismo que hizo WáUon. Tal vez Lacan erró en no citar sus fuentes, pero la fuente no es todo el río. . . ^Í?¿E1 término estadio? Lacan mismo no escapó del todo al estadismo, con el título de su artícu lo, pero también con su contenido: la idea de que un día, cierto mes, en algún momento, de 105
golpe, todo esto se precipitó; hay un aspecto dramático en esta descripción del estadio del espejo: todo eso prende como una mayonesa, un buen día. ¿El término espejo? Aun si Lacan no lo dijo explícitamente, ese estadio del espejo no requiere'de ese aparato que llamamos espejo; indivi duos que nunca tuvieron uno a su disposición, ni incluso superficie reflejante, son susceptibles sin embargo de pasar por el estadio del espejo. Porque se trata del espejo del otro.13 Además, Lacan agrega la idea de qu elflgo «prende»; in cluso si no es en una sola vez, hay algo que, en un momento, cuaja, se transforma. En esa épo ca de su pensamiento, Lácandába conferencias enteras sobre los fenómenos de impregnación animal (en una, de eílas lo conocí por primera vezjT’íaTovulación de la paloma cuando es pues ta en presencia de la Gestalt del palomo; o aun lasdangostas^Deregrinas que pasan.de una for m a individual a la form a gregaria, en este caso también gracias aITirifenÓmeno de espejo. Evi dentemente , ni las’ langostas peregrinas ni los pichones de paloma necesitan espejos para te ner un «estadio del espejo». Por supuesto, se puede además mostrar a una palom a su im a gen en el espejo, lo que la hará también ovular. Aquello a lo que se refiere Lacan es a la imagen del semejante en una superficie reflejante. 13 Se trata por otra parte de un término que encontra mos también en Freud, en el «Schreber»; el término Spie gelung, que se traduce imperfectamente por reflejo, por que un reflejo es algo evanescente; la Spiegelung es el reflejo en espejo. En el pasaje de «Schreber» al que me re ferí, Freud dice: la pareja Sol / Tierra-madre, en los m i tos, es el reflejo especular-deia-parejajparental.
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En Anzieu, encontramos una línea de pensa miento en apariencia muy diferente, pero en mi opinión complementaria, en la cual el término clave es «yo-piel», La idea del yo-piel consiste sin duda en que el yo no es sólo una superficie, si no'adem ás la proyección de una superficie; el yo es, metafóricamente, la piel del psiquismo o, como dice también Anzieu, «una piel para los pensamientos». El yo coagula por proyección de la.superficie del cuerpo. Estas dos vías no son en absoluto contra dictorias. Se puede concebir, por ejemplo, que el espejo se.a tam bién un espejo táctil, por el he cho de que m i piel no se percibe a sí misma sino tocando a otro, o tocando tal o cual parte del propio cuerpo, como otro. La idea,de una derivación del yo, sea sobre el plano de una impregnación esencialmente visuaI7~seapor~btras vías sensoriales? en particular táctiles, no hace más que eñriqü^céhla génesis de la instancia
cfél yo. Pero lo que yo mismo pude aportar a este tefm a es en principio que no hay una prioridad II temporal entre el narcisismo (la etapa o el mo mento narcisista), por una parte, y la «elección I de objeto narcisista», por la otra. Lo que se pue de sospechar en Freud en «Duelo y melancolía» ! o en el Leonardo es que_el narcisismo originario^ ^ n o es otra cosa güélaTelección ~5e objeto ñ arci-1 sistiT los d o T s e precipitan en ^coriímito."mien tras que la reciprocidad especular se tiene que s o s te n e rli cada momento de totalizaciónT14 14 Agrego aquí: no es evidente que un individuo pueda reconocerse en el espejo. Miren ustedes su imagen en el espejo y su fotografía, pónganlas una ai lado de otra, y
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E l narcisism o».sobre esta base, es eljam or del yo; el ainor de \m yo el mismo precipitado por amQr,. en el tiempo justo del amor jior la forma, semejante; un yo precipitado_.al mismo tiempo quejtijser vivientese„apega a la imagen deO em éjante; un yo amado^investido de libido nos dice Freud ^ „ q ue deviene, agrega, «un gran reservorio» de la libido. Por otra parte, el yo es «ligádoi»; él liga. es~por definiclórutotal, se trata para él de mantener juntas, reunir todas sus pulsiones áütoeróticas y, al mismo tiempo, contenerlas, con teñ ^Ilalau toerótico; contener lo erótico, eventualmente englobándolo, al totali zarlo, pero ja mbién ejerciendo sobre él, margi-
comprobarán Inmediatamente cierta ajenidad, ya que el espejo invierte lo que ustedes ven en la fotografía. Es po co, por supuesto, ustedes reconocen su propia imagen, pero con algún desfasaje. ¿Por qué? Es que existen algu nos elementos de asimetría en todo rostro. Supongamos ahora que el ser humano no sea del todo sim étrico (es totalmente posible; existen seres vivos que no son simé tricos, aunque la simetría sea por lejos lo más frecuente); no podrá reconocerse en el espejo; un ser vivo no simétri co no puede reconocer al otro como semejante a él mis mo; un otro él mismo, a prtort, no es lo mismo que su imagen en el espejo. Sobre todo esto paso un tanto rápi do. Remito, por ejemplo, en cuanto a la identidad funda mental del narcisismo originario y de elección de objeto narcisista, a los análisis de Problemáticas I. La angustia, en particular a propósito del pasaje sobre «Su majestad el bebé», donde vemos de golpe que el texto freudiano vira en sentido inverso, es decir, que detrás del bebé para el adulto, existe el adulto para el bebé. Problemáticas I. La angustia, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1988, págs, 292-3 y 305. Y también a propósito del cuadro de Santa Ana — que por otra parte J.-P. Maidani-Gérard comenta por extenso— en Problemáticas Hf. La sublimación, op. c i t , págs. 93-4.
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nalmente, lateralmente, un efecto de modera ción y de dominio. Hay allí una idea que data del «Proyecto de psicología» (1895), expresada allí en términos de «neuronas», pero que sigue siendo sugestiva desde el punto de vista del me canismo psíquico. El yo, dice Freud, es como una red de neuronas investidas: hay más carga en este conjunto de neuronas que en el exterior; de modo que todo proceso que pase por la pro ximidad del yo se ve atraído y englobado en la totalidad, moderado o frenado, en lugar de cir cular libremente, como por una suerte de fenó meno de imantación; según una comparación con la astronomía moderna, se podría decir que todo lo que ocurre en la proximidad del «agujero negro» del yo se ve de golpe atraído en su masa. No es tura imagen totalmente descartada desde el punto de vista de la psicología de las neurosis y del síntoma. / Entonces el yo amado; el yo que liga y con7 sérvalo erótico; eT^o amante también, ya~qtte éñconbarárnventúálménte ,^iTobjeto'según su r_____ ____ ^ r p p io m odeio. Y es allí donde interviene el segu n d olip o de elección de objeto, después del «tipo de elección de objeto por apuntalamiento», lo que Freud llama el «tipo de elección de objeto narcisista». En este caso, el objeto de amor es^ elegido según el modelo deLvo mismo, con arre-j f a o álásTam osas formulas: lo que se es (sí-mis il mo), lo que se ha sido (sí-mísmó)71d"que se 1 |querría seflsFmismoJTuna parte del propio sí- j |mismbTPor todosTíados encontramos el SelbsL j p e puede decir que el yo se encuentra allí bajo j $ forma «refleja», como sí-mismo o como «sí». I El Vocabulaire de la psychanalyse, en el ar tículo sobre los dos tipos de elección de objeto, U iU U U U U A W )
^
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mostró las aparentes contradicciones del texto de Freud. Pero son más que contradicciones; uno de los tipos de elección no es descriptible sin aludir al otro; en realidad, hay una verda dera intricación de ambos. El principal ejemplo de ello es el siguiente: el hom bre elige, en el amor, a la mujer, en una elección que es por ex celencia una elección por apuntalamiento (una elección no narcisista); pero, en razón de ello, se deshace de su propio narcisismo, y además es atraído por alguien que es a su vez narcisista. Ven ustedes cómo ambos están íntimamente li gados, en-una descripción compleja pero verda deramente cercana a la realidad. Evidentemente, lo que se perfila en el hori zonte^ de esto,csim a teoría del amor en la cual el componente narcisista seria importante. Tentaciórujustificada del psicoanálisis de atrapar en el amor-pasión el narcisismo, una vía propues ta por Freud mismo, por ejemplo en «Pulsiones ■y destinos de pulsión», donde introduce la dis cusión del amor y el odio de la siguiente mane ra: no se puede hablar de amor y de odio en lo que concierne a las pulsiones; es totalmente ab surdo decir que una pulsión «ama» u «odia» su objeto; una pulsión ni ama ni odia, sólo se pue de hablar de amor y de odio cuando se trata de personas totales enlrelación con un objeto total. Lo que no está lejos, tampoco, es el famoso Eros de Aristófanes, del cual ya hemos hablado15 y del cual volveremos a hablar. Terminaré con lo siguiente: ese largo pasaje por los dos tipos de elección de objeto y sus
indicaciones, en «Introducción del narcisismo», es uno de los principales textos freudianos con cernientes al amor, un texto que desde mi pers pectiva ha sido insuficientem ente retomado, incluso en otros textos freudianos. Pude notar que un artículo como «El amor de transferencia» no alude a esta distinción, pese al esclare cimiento evidente que ella podría aportarle. Si se quiere retomar la cuestión del amor, no es por medio de dos sino de tres componentes co mo es preciso hacerlo en realidad: la ternura o relación de apego autoconservativo, los compo nentes propiam ente eróticos y, por último, el componente del Eros narcisista. De esos tres planos yo volveré a partir la pró xima vez, para intentar mostrar la vía que con duce desde el equilibrio al fin y al cabo muy inestable de este texto hacia un nuevo desequi librio y un cierto reequilibramiento (acerca del cual algunos han dicho que era incluso deliran te), que se denomina pulsiones de vida y pulsio nes de muerte.
25 de febrero de 1992 Reconstruí entonces una especie de tiempo ideal, de acuerdo con una vía «idealmente» es bozada de ese texto de 1914, tal como pudo ha ber sido si ese extravío inicial de 1897 no se hu biera producido. Dibujo ahora tres planos, con gran diversi dad en cuanto al objeto, al partenaire, al otro. I niño
15 Cf. antes, págs. 27 y sigs.
110
i
------: >
-O - .■ '
-^
otro del apego = objeto de la
autoconservaclón
111
II
niño
III
yo
C
>
otro del apego = otro comprometido por su Ice. su propio otro interno
objeto total
A l prim er plano lo designo como aquel del apego y de la auto conservación. Los dos están estrechamente ligados, siendo el término autoconservación en sí mismo insuficiente para dar cuenta de la complejidad de cada etapa del pro ceso, en particular en el nivel del objeto, ya que designar al objeto sólo y puramente como objeto alim entario no es dar lugar al conjunto de un m ontaje anim al, en el sentido más noble del término, que es el del apego de la cría a su pro genitor; generalmente, pero no de manera ex clusiva, la madre. El segundo plano es el de la sexualidad, a la cual no es totalmente tautoló gico calificar de «erotismo», ya que precisamente como erótica descubre Freud a la sexualidad en Tres ensayos de teoría sexual. Ustedes ven que la articulación con el primer plano se hace por la seducción y el apuntalamiento que de ella re sulta (he desarrollado más arriba esto). La fle cha del apego designa al otro del apego, pero ese otro, por su parte, no es tan simple como el apego pretende creer (si se puede decir así): es un otro «comprometido» por su propio incons ciente, por su «otro» interno podemos decir, de suerte que los mensajes que envía son mensa jes ellos mismos comprometidos, o enigmáticos para retomar ese término. A fin de definir un poco esta «sexualidad erótica»: se trata de una sexualidad que se constituye y sólo se^consti112
tuye en el fantasma; es una sexualidad que en cuentra su origen en el inconscientéT és una se xualidad que no está ligada, es decir que no está unificada, tanto en sus zonas como en sus objetos, en sus realizaciones, en sus metas. Es esto lo que Freud llama con un término oscuro en sí mismo: autoerótico. Digo oscuro en sí mis mo porque el término autoerótico no designa todo lo que esta sexualidad pretende designar. El tercer plano, por último, es el aporte de 1911-1914, la llegada, el descubrimiento de la sexualidad narcisista, ligada y ligante, con un tipo de objeto hecho a imagen d eu n a «b u en a form a»r dé'uhá^Gésfaif. Y rio es totalmente por azar si, introduciendo el narcisism o como un tiempo ulterior al autoerotismo, Freud lo define |en los siguientes términos: eine nene psychische ÍAktion, um den Narzissmus zu gestalten, «una 1nueva acción psíquica para poner en form a el ¡narcisism o». El narcisismo es justam ente una IGestaltung, una puesta en forma dél autoerotisJmo, que trae consigo una profunda mutación de |a sexualidad por el .hecho de que la acción narpisista, la precipitación o coagulación narcisista, }iga esta sexuahdad. Dibujé un esquema provisional, también con dos flechas, paráríndicar que, en este caso, hay algo como un «espejo^ entre ambos; un espejo N , (insistí en esto) qué no es forzosamente el insItrum ento que se llam a así, la superficie refle jante como tal; ¡puede haber «espejo» sin espejo! Ese plano de lo total, de lo totalizante, del yo, para ^ e c irloTpdo,^^Ldel"objetricomo total, se construye en principio a p jrfirrieT p lario I que le provee sus percepciones, sus GestaTten. En efecto, es traveri"drilá percepcíón;ríanto la 113
ja u top ^ síiC lfliL iiel^ iierp p (en particular de la fsuperficie coporalj como la percepción deTotro 1como total; es, pues,Agracias a algo que ocurre ren el nivel de la autoconservación y de sus fun■clones corporales perceptivas com o«se forma» poco a poco el yo, por precipitaciones sucesivas. t - " E l plano de lo total (III) se construye enton ces a partir de I, pero se construye sobre todo a partir de II, ya que Freud nos dice con razón : que el yo extrae su fuerza de pulsión del plano de lo erótico, que el yo está «investido» de libido, de pulsión sexual, al punto de devenir lo que él \llam a en esta época el «gran reservorio de li'hido». Expresión que en adelante será — equivo cadamente^— puesta en cuestión por Freud. En todo caso, aquí la idea no es ambigua, el yo es un reservorio de libido en el sentido en que está lleno; no es un reservorio originario, no es un recipiente que estaría allí desde siem pre —lo que el «ello» va a devenir a continuación— , es un reservorio que es llenado por otra cosa, a partir de una.fuente que es precisamente la se xualidad, y que luego puede volver a verter el agua en diferentes dominios. Ese tiempo de 1914 es una suerte de equili brio que recreo aquí, un equilibrio inestable que sólo se sostiene de un hilo, o m ejor, de una clavija, en el sentido en que un armazón, por ejemplo, es sostenido por una clavija que en sambla una pieza a otra, y luego esta pieza re tiene una tercera, etc. Quiten la clavija y todo se derrumba. ¿Cuál es la clavija de este equilibrio? Es el tiem po II. En tanto que la especificidad del tiempo II no es vista, no es afirmada, todo corre el riesgo de derrum barse. Esta especificidad 114
puede ser descripta en diferentes niveles, pero yo subrayo una vez más dos de ellos. En su esencia y en su génesis. La especificidad en su esencia: es decir que el nivel n es inseparable de la fantasía, de la constitución del fantasma. Es-| pecificidad en su génesis, por otra parte: porque) el nivel II es indisociable del tiempo de la se-j ducción que lo constituye; de la seducción y de! todo lo que ocurre a continuación de la seduc-j ción, en particular la represión. Este equilibrio inestable va a deshacerse rá pidamente. Como en una especie de dibujo ani mado, el uno comerá a los otros dos, reabsorbe rá a los otros dos. ¿Cuál devorará a los otros? Es el III. Es el recién llegado el que se comerá a I y, con más dificultades y no sin historias, a n. Para tomar otra imagen, dos repliegues traen el riesgo de hacer caer, colapsar esta estructura. Ellos son indicados por Freud desde las prime ras páginas del texto sobre el «narcisismo» como una posibilidad. Antes de desarrollar este gran texto, dice de entrada: y bien, debo enfrentar desde el comienzo dos objeciones. Previendo por anticipado, se podría decir, lo que ocurrirá; por que esas dos objeciones son m ortales para el equilibrio del todo. Cito aquí la traducción del pasaje central, tal como la hice en 1957. No es tal vez azaroso que este haya sido el primer texto de Freud que yo traduje. «Antes de seguir adelante debo tocar dos cues tiones que nos ponen en el centro de las dificul tades del tema. La primera: ¿Qué relación guar da el narcisismo, de que ahora tratamos, con el autoerotismo, que hemos descripto como un es115
tado temprano de la libido? [Dicho de otro mo do: ¿cabe distinguir el plano III y el plano II?] La segunda; Si itimos para el yo una investi dura primaria con libido, ¿por qué seguiríamos forzados a separar una libido sexual de una energía no sexual de las pulsiones del yo? ¿Aca so suponer una energía psíquica de un solo tipo no ahorraría todas las dificultades que trae se parar energía de las pulsiones del yo [plano I] y libido del yo [plano ID]. . .?».16 Yo no inventé esta devoración de la teoría por ella misma, o más exactamente por el narcisis mo, estos dos repliegues. Están allí, exactamen te indicados por Freud. De estas dos cuestiones, es la segunda, es decir, la relación entre la sexualidad narcisista y la autoconservación, la que se tratará más am pliamente, en tres páginas trabajosas, en tanto que la prim era dificultad será barrida en un corto párrafo, ese que tuve ocasión de citar an teriormente. ' En lo que concierne al repliegue mayor, el de lo sexual sobre lo no sexual, hay allí tres pági nas que son directamente la respuesta a Jung. La discusión com ienza entonces así: «Ante la exhortación a responder term inantem ente la segunda pregunta, . La exhortación viene de Jung: ¿por qué mantener esta diferencia entre una libido narcisista y una energía psíquica ge neral? Si leen ustedes esas páginas que tienen gran interés histórico, verán que Freud se ve envuelto en esta cuestión, y no da a la discu 16 Obras com pletas, op. c it , vol. XIV, pág. 74. Entre corchetes: comentarios de Jean Laplanche.
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sión más que una respuesta provisional, ya que termina por dejar en suspenso la tesis de Jung: Jung tendría razón si yo mismo fracasara en dem ostrar que tengo razón (sobre el ejemplo crucial de la esquizofrenia). /■'■"¿Cuál es el fondo de la cuestión? La cuestión Jes simple, no es en absoluto abstracta, es esenJcial para el psicoanálisis. Si. el yo es el gran reíheiXQrjQ^dgJa-libido; si todos nuestros actos pajsan finalm ente por nuestro amor a nosotros mismos; si todo lo que el ser humano hace su puestamente para conservarse en vida no pasa más que por el hecho de que se conserva en vida por el amor de. . ., por el amor del otro y por el amor de sí mismo; si el ser humano sólo fiv e por amor, ¿por qué entonces mantener un plano de la autoconservación pura, en el cual Un sujeto, en la abstracción, se conservaría con vida sin tener necesidad de amor? s, La cuestión es al fin y al cabo muy simple, pero los argumentos en sí son muy sinuosos y frágiles, precisamente porque Freud no acierta con el punto esencial, que es la articulación de ambos planos. L ^ ^ g p m ^ t^ ó jt^ ^ e r ^ r in c ipio clínica: el conflicto psíquico exige que algo se oponga a la sexualidad ,~sea puesto en peligro por ella. Lo propio del conflicto psíquico es que la sexualidad es com batida, reprim ida. ¿En nombre de qué? La cuestión permanece abierta. ¿Es la autoconservación, es decir, nuestra con servación con vida, la que se ve puesta en peli gro por el deseo sexual? Se trata de una posi ción que Freud sostuvo a veces, pero en la cual no logró m antenerse. ¿O será quizás el yo el que se opone a la sexualidad? Pero en ese caso, si es el yo quien constituye el segundo polo del 117
conflicto psíquico, no tenemos necesidad, para dar cuenta de esto, más que de la relación entre esos dos planos II y III, ya que el plano I es completamente vicariado, representado, por el plano III. Más allá de esta argumentación en el nivel de la clínica y de la etiología de las neurosis,17 Freud recurre, ya entonces, a argumentos que él puede considerar biológicos, pero que son más bien de orden metabiológico, incluso mito lógico. Ejemplos: 1) Algún día se conseguirá ais lar la «sustancia» sexual; por lo tanto es preciso mantener claramente la diferencia entre sexua lidad y autoconservación. 2) La pertenencia de todo ser vivo a dos linajes celulares (estamos en plena especulación biológica), el linaje del ger men y el del soma, implica la independencia re cíproca de la sexualidad (conservación de la es pecie) y de la conservación del individuo. 3) Por último, last but not least, la «distinción popular entre hambre y amor». Digo last but not least porque esta «gran distinción» popular a la cual Freud otorga tanta importancia (que se encuen tra en Schiller y en los románticos) es presta mente cambiada, ya que, apenas cinco años después ya no será «hambre y amor», sino, co mo sabemos* «amor y odio». Freud cambió un poeta-filósofo por otro, Schiller contra Empédocles. ¡Siempre es posible ir a buscar grandes oposiciones de este tipo para ponerlas en exergo de una teoría! 17 Argumento que le parece rio: «quiero confesar en este lugar de manera expresa que la hipótesis de unas pulsiones sexuales y yoicas separadas [. . .) descansa mínimamente en bases psicológicas, y en lo esencial tiene apoyo biológico [ibid., pág. 76).
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Digo que esta argum entación se sostiene apenas y, en efecto, se hundirá rápidamente. Una vez pasada la tempestad, Freud retomará retrospectivam ente la historia en un texto de 1922, intitulado «Teoría de la libido».18 Tres parágrafos titulados: «El narcisism o», «Aparente acercam iento a la concepción de Jung» y, algo más adelante, «Reconocimiento de dos clases de pulsiones en la vida anímica». Es lo que voy a recorrer ahora. La aproximación aparente a la concepción de Jung es la absorción de I en III: de la autocon servación en el Eros narcisista. Para retomar un término ffeudiano: he ahí todo el problema del pansexualismo; precisaré de entrada mi punto de vista personal: el pansexualismo, antes de ser una teoría, es una realidad; dicho de otro modo, existe un pansexualismo real antes de que haya un pansexualismo pensado y reflexio nado como tal. Ese pansexualismo real es el he cho de que en el ser humano la sexualidad está por todas partes; en realidad, no está desde el comienzo por todas partes, pero invade todo. Esta sexualidad es un movimiento de conquista (como lo son todos los movimientos en «pan», paneslavismo, por ejemplo); el pansexualismo real es un movimiento de conquista por el cual la sexualidad narcisista viene a retomar por su cuenta, a vicariar, como digo a veces, el plano de la autoconservación. El pansexualismo en el m ovim iento de la teoría — aquel que hace a Freud aproximarse momentáneamente al punto de vista de Jung— no es sino el reflejo deforma-
18 En Obras completas, op. c it, vol. XVIII, págs. 250-4.
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do del pansexualismo real. Ese pansexualismo teórico puede incluso desem bocan algo más adelante, en un «panpsicoanalitismo»: el psico análisis, apoyándose en el pansexualismo real y en la teoría pansexualista, llega a pretender infiltrar otras ciencias conexas, en particular la psicología, pero también la biología, al preten der constituirse en su corazón y esencia. Es un movimiento de conquista que yo sólo señalo, no para lamentarlo —ya que no se puede lamentar, sin más, algo que tiene un fundam ento tan real— sino para mostrar sus resortes. Cito uno o dos pasajes de ese texto de 1922, del parágrafo sobre «El narcisismo».19 «Era entonces posible que la libido de objeto se transmudara en investimiento del yo y vicever sa. Nuevas consideraciones mostraron que este proceso debía suponerse en máxima escala, que era preciso ver en el yo un gran reservorio de li bido, desde el cual la libido es enviada hacia los objetos, y que está siempre dispuesto a acoger la libido que refluye desde los objetos. [¡Extra ordinaria imagen hidráulica! Y he aquí donde todo vira:] Las pulsiones de autoconservación eran entonces también de naturaleza libidinal [con ese «entonces» la absorción está he chai, eran pulsiones sexuales que habían tomado por objeto al propio yo en vez de los objetos exter nos». Las pulsiones de autoconservación no se rían entonces otra cosa que acciones realizadas por el amor del yo.
19 íbief,, pág. 252.
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He aquí ahora el parágrafo siguiente, intitu lado «Aparente acercamiento a la concepción de Jung»: «De esa manera se suscitó la apariencia de que la lenta investigación analítica no había hecho sino seguir con retraso a la especulación de Jung sobre la libido prim ordial, en particular porque la transmudación de la libido de objeto en narcisism o conlleva inevitablem ente una cierta desexualización, una resignación de las metas sexuales específicas». Ven ustedes puntuado allí nuestro segundo problema, el riesgo de absorción de II por III. Formulemos la paradoja así: en cierto modo, el pansexualismo puede aparecer como sin peligro sobre el plano interno de nuestra práctica. Di gamos incluso que ese pansexualism o no es sólo un m ovim iento en lo real, es también el movimiento mismo de nuestra práctica psicoanalítica que, por definición, sólo se interesa en el conflicto sexual, que reduce todo a lo sexual; pero esto en la medida misma en que lo sexual ha reducido todo, en el ser humano, a sí mis mo. Existe entonces, además del pansexualismo real y del pansexualismo teórico, un tercer nivel del pansexualismo, el pansexualismo metodoló gico de la cura psicoanalítica. Este, por método, sólo se interesa en aquello a lo cual tiene ac ceso, el conflicto interno al plano sexual, en la medida en que ese conflicto intrasexual reper cute sobre otro plano al cual el psicoanálisis no tiene directo, el de la autoconservación. Pero entonces se puede decir que, si ese panse xualismo metodológico corresponde claramente 121
a la práctica psicoanalítica,20 sin embargo nos hace correr un grave peligro si se lo transpone sin precauciones a la teoría; ese peligro es. . .e l de la desexualización. Para decirlo con una pa labra: si todo es sexual, entonces nada es se xual. «Sexual» deviene una palabra sin conse cuencias. Es con lo cual Jung juega finalmente: a esta energía se la puede por supuesto llamar libido, pero ¿por qué no también energía psí quica? Otros lo han dicho al mismo tiempo que Jung: si no se quiere enloquecer a la clientela, se la llamará energía psíquica, si se quiere jugar de conocedor, se la llamará libido, pero todo es to ya no tiene mucha relación con la sexuali dad. Y esto tanto más dado que «cierta desexualización, cierto abandono de las metas sexuales específicas» están inevitablem ente ligados al narcisismo, en el seno de una sexualidad «yoica» ella misma adaptativa. ¡Este peligro no ha desaparecido con Jung! El movimiento que lleva de la autoconservación al pansexualismo, y del pansexualismo a la de sexualización del análisis, ese movimiento re aparece evidentemente en el psicoanálisis con temporáneo, aun cuando no fuera sino en una teoría y una práctica que son designadas ac tualmente como las de la relación de objeto. Re m itir todo a la relación de objeto es en efecto
20 Y con buen derecho: no formulo aquí ninguna crítica contra la práctica psicoanalítica; se trata de lo que en otro contexto he denominado «la cubeta psicoanalítica», que consiste justamente en esta reducción al conflicto sexual, a la vicarianza de la autoconservación por lo sexual. Cf. Problemáticas V. La cubeta. Trascendencia de la transfe rencia, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1990.
dejar de lado una palabra, la palabra sexuali dad. Se puede evidentemente agregar relación de objeto sexual, o libidinal: esto no trae gran des consecuencias. La absorción de I por II es entonces tanto más peligrosa dado que II corre el riesgo de ser a su vez arrasada por III. En otros términos, la sexualidad, tal como Freud la descubrió al co mienzo: específicam ente ligada al fantasm a, funcionando según el modo del proceso prima rio, según asociaciones que hacen que la histé rica pueda tener una crisis de angustia o llorar a la vista de un objeto totalmente fútil, todos los desplazamientos y condensaciones descubiertos por Freud como el modo mismo del funciona miento sexual, la originalidad de las metas se xuales, la tendencia al goce orgástico absoluto, etc.; esta sexualidad resultará, por un tiempo, olvidada, convertida en un avatar de un funcio namiento biológico, acabado, totalizante. Indico algunos de los signos que presagian esta absorción. El desplazamiento del narcisismo. El narcisis mo pasa a ser un estadio biológico inicial, lo que nos conduce a ese otro aspecto del extravío freudiano, la tentativa de describir una génesis endógena del ser humano. El narcisismo es en tonces rem itido hacia atrás, hacia lo biológico puro —como estado real del comienzo— . Ade más, y en esto consiste toda la subsunción, lo que antes se designaba autoerotismo se verá en lo sucesivo subordinado a este narcisismo ini cial. Cito nuevamente ese pasaje de «Pulsiones y destinos de pulsión» concerniente al repliegue operado en un año (1914-1915) del autoerotis mo sobre el narcisismo, es decir, de II sobre III: 123
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«El yo se encuentra originariamente, al comien zo mismo de la vida anímica, investido pulsionalmente, y es en parte capaz de satisfacer sus pulsiones en sí mismo. Llamamos narcisismo a ese estado, y autoerótica a la posibilidad de sa tisfacción».21 El auto erotismo pasa a ser simplemente el tipo de satisfacción de la etapa narcisista origi nal. ¿Por qué esto? ¿Qué fue lo que no se «sos tuvo» del autoerotismo? ¿Qué impide conservar el autoerotismo como estadio independiente? Es el olvido delfantasma como constitutivo del au toerotismo, A partir del momento en que Freud se rehusó a que el autoerotism o se fundara, desde el comienzo de las actividades sexuales del lactante, en el fantasma, desde ese momen to, el repliegue del autoerotism o estaba listo para efectuarse. Otro signo: la aparición del término Eros co mo sinónimo de amor; un término que, pese a la etimología común, va a destronar, englobar y finalm ente hacer desaparecer lo «erótico» en nombre de lo total. Amor del yo total y amor del objeto total. Otro signo aun (son todos síntomas del mis mo movimiento): la expresión pulsión de vida, invención extraordinaria para designar, desexualizándola, la sexualidad. Esta reducción de la sexualidad a su forma totalizante, su form a de amor, se confirm a en numerosos textos, desde Más allá del príncípio de placer hasta Esquema del psicoanálisis. Para mostrar que el Eros se sitúa claramente del la
21 En Obras completas, op. c ít, vol. XIV, pág. 129.
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do sólo de la ligazón, que toda la sexualidad ha pasado al lado III, cito para comenzar, total mente al azar, una nota de Más allá del prin cipio de placer: «Con la tesis de la libido narcisista y la exten sión del concepto de libido a la célula individual [se trata de una especulación que va hasta el nivel biológico de la célula], la pulsión sexual se nos convirtió en Eros [es exactamente por la instauración del narcisismo como la sexualidad se transforma en Eros, no se lo podría expresar más claramente], que procura esforzar las par tes de la sustancia viva unas hacia otras y co hesionarlas; y las comúnmente llamadas pulsio nes sexuales aparecieron como la parte de este Eros vuelta hacia el objeto. [Ciertamente, hay otra cosa que el narcisismo; pero este Eros vira do hacia el objeto es también totalizante; per manecemos en el plano DI: el amor de objeto, se podría decir, es un narcisismo proyectado.!»22 He aquí otro texto, extraído del Esquema: «La meta de Eros es producir unidades cada vez más grandes y, así, conservarlas, o sea la liga zón», 3 ¿La sexualidad se habría pasado con todas sus armas y pertrechos del lado de la ligazón? DI ha arrasado con I y está en camino de arra sar con II, El pansexualismo devino pan-Eros, pan-amor; y a través de este pan-Eros, lo que 22 En Obras com pletas, op. cít., vol. XVIIÍ, pág. 59. Entre corchetes: comentarios de Jean Laplanche. 23 En Gesammelte Werke, vol. XVH, pág.. 71.
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despunta es una suerte de pan-vitalismo. Así ocurre, por ejemplo, con la referencia a los pro cesos vitales, hasta en el nivel celular. Como lo señalé al com ienzo de este curso, el m ito de Aristófanes, de contrastador que era en Tres ensayos devino, por una especie de mutación extraordinaria y mágica, el paradigma mismo de la sexualidad. Está en vías de desaparecer la sexualidad fragmentada, perversa y no acabada descripta en esos Tres ensayos (y aún en cierto modo en «Pulsiones y destinos de pulsión»), el rol del fantasma, y el rol del inconsciente re primido en tanto situado en los orígenes de la pulsión. Pero entonces, felizmente, hay una «peripe cia» (como dice Aristóteles), un retorno al menos parcial de la situación; la sexualidad erótica no se deja al fin arrasar, ya que es necesario que su aspecto radical, desligado, resurja en algún lado. Es ímposiblé"que Freüd haya olvidado to talmente su descubrimiento, hace falta que la sexualidad sobreviva a ese desastre... y he aquí la prosecución de mi cita del Esquema del psico análisis: «. ., la meta de la otra pulsión es, al contrario [el antagonista de Eros], disolver ne xos y, así, destruir las cosas». He aquí el resur gimiento, la reaparición, en otro lugar, de lo que no pudo ser englobado por el Eros narcisista: algo que se llama, como ustedes saben, pulsión de muerte. «¿Por qué la pulsión de muerte?». Es el título de un largofrupítuló de Vida y muerte en psico análisis al cual no puedo dejar de remitirlos.24 Lo releí ayer por la noche y, más allá de algunos 24 op, c tt
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acentos que habría que ponerle, no veo ninguna palabra que yo no apruebe en ese capítulo. Les permitirá, en particular, leer de otro modo Más allá del principio de placer, una relectura para la cual propongo la clave siguiente: sH a sexuali dad es sólo el Eros totalizador, y si esta sexua lidad funciona con arreglo ja un 'pim cfnío de placer concebido como .principio de homeosta sis, por lo tanto de estabilidad, entonces hace falta un «más allá del principio de placer», ya que se vuelve necesañóúúTm ^ allá^zr0.un más acá— dél Eros totaliz^oiy Digo más acá porque reafirmamos^algo que, lógicamente, puede ser considerado como más primario, en el sentido del proceso primario, que la ligazón (aim cuan do ambas, ligazón y desligazón, sean comple mentarias). La pulsión de muerte, reafirma, por lo tanto, una fuerza dedesligazok, planteada desde el com ienzo ¡por el psicoanálisis en su metodología misma y en su abordaje de los pro cesos inconscientes, una fuerza de desligazón que opera en lo que se denomina el proceso pri m aria^ Én segundo lugar (son los tres puntos de sarrollados en Vida y muerte), la pulsión de muerte reafirma la prioridad del tiempo reflejo, del tiempo «auto», en la génesis de la pulsión, tiempo reflejo que debe ser puesto en relación directa (este es el punto que agregaría hoy) con el proceso de metabolización yxepresión. Por últim o, en" tercer lugar, la «pulsión de muerte» reafirma el ataquejnterno por ese cuer po extraño internó introducido en el individuo psíquico; este «auto-ataque» es el sentido pro fundo de la «auto-agresión», planteada como pulsión de muerte. 127
Pero hoy pretendo ubicar sobre este concep to, o pretendido concepto, el acento crítico: la pulsión de muerte, en primer lugar, yerra los elementos esenciales en lo que pretende restau rar; d i segundo lugar, la pulsión de m uerte transpone el conflicto en un horizonte «meta»; por último, tn tercer lugar, la pulsión de muerte permite encubrir elementos contrabandeados. - El concepto bruto de pulsión de muerte yerra los elementos esenciales. Si ustedes han tenido la voluntad de seguirme, yerra simplemente la base de todo esto, es decir, la seducción; yerra la fantasía como fuente de la pulsión; yerra el proceso de represión como generador de la fan tasía. Una pulsión de muerte sin represión, sin que encuentre incluso su propio origen en el proceso de represión, yerra lo esencial de aque llo que consideramos la génesis de lo pulsional en el hombre, algo pulsional «demoníaco» que ella pretende, sin embargo, reafirmar. La transposición del conflicto en un «hori zonte meta» es el traslado de toda la interroga ción —que inicialmente era cercana a la expe riencia— a la especulación que se puede llamar metafísica, pero que podríamos calificar con un término más locuaz aun: metabiología. Especu lación sobre los orígenes de la vida, sobre la evolución de los seres vivos, sobre la oposición germen y soma, una especulación que no teme tampoco ir a buscar modelos en Aristófanes o en los filósofos presocráticos. Los términos mis mos «vida» y «muerte» se podría decir que no son conceptos biológicos; son términos de los cuales una ciencia de lo biológico puede perfectamente abstenerse. Pero esos conceptos metabiológicos son introducidos en el conflicto sexual allí don
de no tienen nada que hacer, salvo de un modo que yo consideraría más que metafórico: pro fundamente desplazado. Con esta especulación metabiológica, vemos que recobra vigor el pro blema del Zweck, de la teleología de la sexuali dad, una visión de la sexualidad acerca de la cual Freud intenta mostrar que está presente desde los orígenes a través de la compulsión de repetición. En otros térm inos, se puede decir que los dos grandes modos de funcionamiento de la sexualidad, según esos dos verdaderos principios del funcionamiento psíquico —no el principio de placer y el principio de realidad sino el principio de ligazón y el principio de desligazón— , esos dos grandes modos de fun cionamiento del alma han devenido pulsiones, y yo diría que incluso han devenido instintos. Sin duda Freud emplea aún el término Trieb para hablar de pulsiones de vida {Lébenstriebe) y de pulsiones de muerte (Todestrieb) (con la cos tumbre de un plural para las pulsiones de vida y un singular para las pulsiones de muerte), pe ro en realidad todo muestra que hay allí un re torno al instinto, e incluso, en Más allá del prin cipio de placer, una referencia directa a este con la evocación irada de las grandes migracio nes animales, salmones que remontan el río o aves migratorias, empujadas por el instinto, por un retorno hacia algo que es, precisamente, un Zweck.25 Mi tercer punto, para afirmar que lamenta blem ente este surgim iento de la pulsión de muerte es más que imperfecto, que es falaz, es
25 Véase supra, págs. 24-5 y pág. 44, n. 29.
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el hecho de que la Invención del término «pul sión de muerte», con toda su imprecisión y todo su romanticismo, permite ocultar las mercan cías más diversas, de las que algunas no son demasiado loables. ¿Cuántas veces, a partir de entonces, el psicoanalista no se ha visto bajo la onición, comandada por el «filósofo», de no olvidar esta pulsión de muerte que permite tan bellas especulaciones? Esta expresión tan bella se presta a encubrir cualquier cosa. Recubre para algunos una tendencia al Nirvana, algo ex tremadamente apacible, una especie de budis mo latente, de m editación trascendental más que pacífica, sin asperezas; pero también, se gún otros, algo que se emparienta por el contra rio con el frenesí dionisíaco. Del lado del frenesí, Freud se dejó llevar hasta hablar del «cultivo puro de la pulsión de muerte»; la vemos, por así decir, pulular bajo el microscopio como bacte rias encarnadas o virus destructivos. Por el con trario, en otros momentos, es el silencio más absoluto el que caracteriza la pulsión de muer te, algo en lo cual ya nada «hace olas». Otro ejemplo. La pulsión de muerte va a re cubrir definitivam ente, o al menos por largo tiempo, el problem a real de la agresividad, al cual nada m uestra que aporte una solución, salvo de carácter muy abstracto. Una solución por otra parte apenas presente — cosa notable— en Más allá del principio de placer, donde casi nada alude a la agresividad. En todo caso, es una clave [un comodín) que no se han privado de emplear a continuación del modo que fuera, ¡para olvidar los mecanismos tan complejos que están en juego en la agresión! Mecanismos que deberían ser retomados totalm ente'para desin130
tricarlos según los tres niveles antes indicados: el nivel vital y animal, el nivel erótico, y el nivel narcisísta. La «pulsión de muerte» más bien ha impedido desintricar esos niveles. Otro ejemplo aún: la transposición directa, sin precauciones, de la pulsión de muerte en un deseo de muerte biológico. Solución verbal fácil, que permite ir sin esfuerzo a un supuesto ele mento primario, a propósito de cualquier pro ceso somático que desemboque en la muerte. Concretamente, no ha habido año en el cual, como director de investigación, no se me haya propuesto un trabajo — digamos, sobre el cán cer— en el cual no se empleen los servicios de la pulsión de muerte. Y luego, otro contraban do, el ser-para-la-m uerte existencialista, que por supuesto se vio asimilado desde temprano a la pulsión de muerte: ¡por fin se encontraba en el psicoanálisis algo que correspondía a aspira ciones metafísicas! Lacan mismo participó de este reclutamiento del ser-para-la-m uerte, en nombre de la pulsión de muerte. Pese a estos «encubrimientos», en el sentido e.n_que-la pulsión de muerte m ism a sería una form ación encubridora (Deckbildung), Freud permanece ai menos firme y prosaico sobre este último punto (el ser-para-la-muerte), y eso pese a su relación personal y patética con la muerte, la muerte de sus seres cercanos y la suya pro pia. Sostendrá que no hay idea de la muerte en el inconsciente (lo cual puede ser una afirma ción sin consecuencia si se quiere itir que, simplemente, no hay ideas26 en el inconsciente),
26 No hay idea de la «vida», por ejemplo. . .
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pero también, más cerca de la experiencia y de la observación, afirmará que la idea consciente de la muerte no es primaria, es adquirida en el niño, concretamente, en la historia del indivi duo, y que ella es adquirida también en la his toria de la especie (Tótem y tabú, y otros textos), y además que ella pasa por la mediación de la muerte del otro, sea esta muerte la pérdida o a veces el asesinato del otro. No es quitar su dra matismo a la idea de la muerte decir que es ad quirida y mediatizada por la muerte del otro. «¿Por qué la pulsión de muerte?» era el título del último capítulo de Vida y muerte en psico análisis. Es interesante dar a esta cuestión un doble sentido. ¿Por qué la pulsión de muerte, en Freud? ¿Por qué conservar la pulsión de muerte, después de Freud? He realizado cierto número de veces el tra yecto de la pulsión de muerte para mostrar la función mayor que tiene, en Freud, de resurgi miento, de reequilibramiento, pero también de ocuitamiento. Si queremos salvar el término «muerte» en esta pulsión de muerte, hay que ex plicarlo sin cesar: se puede decir entonces que es una «pulsión de muerte para el yo»; o inclu so, y sobre todo, que no se sostiene sino como «pulsión sexual de muerte», pulsión de desliga zón sexual. ¿Pero podemos rehacer sin cesar el trayecto freudiano? ¿No tendrá el término, el significante «pulsión de muerte» un peso intrínseco que tor ne vana toda explicación? ¿No será además ese peso peligroso para el pensamiento psicoanalítico: un verdadero inhibidor del pensamiento? El extravío biologizante desemboca en Freud en la oposición pulsiones de vida-pulsiones de 132
muerte. No es nada asombroso, entonces, que este extravío se estabilice en la corriente psicoanalítica que ha tomado más en serio la oposi ción — con la salvedad de transponerla en se xualidad/agresividad— , quiero decir la escuela de Melanie Klein. Enumeré algunos olvidos del descubrimiento freudiano principal en esta teoría y esta práctica kleinianas; retomo algunos de ellos; después de todo, son solidarios entre sí. El olvido del m é todo freudiano, en lo que comporta precisamen te de aná-lisis, es decir, de sometimiento al pro ceso primario, y que es reemplazado por una hermenéutica, un retorno, bajo otra forma, al modo de intervención pre-freudiano; lo que de viene esquema de interpretación son los marcos teóricos mismos: los principios de ligazón y des ligazón, bajo el nombre de amor y de odio, se convierten en interpretantes comodín, embu chados al paciente. Esto ha sido ya descripto y criticado en detalle, en particular por Maurice Dayan en un artículo intitulado «La Sra. K. in terpreta»;27 pero lo que tiendo a agregar es que se trata aquí de un retorno embozado a la vieja «hermenéutica». Otro olvido serio es la pérdida de la refe rencia a la autoconservación. Indicaba hace un instante que esta pérdida de la autoconserva ción, en sí, no era un drama para el psicoana lista, ya que lo propio de su práctica era ese moverse entre los planos II y III, donde la «cu beta psicoanalítica» opera precisamente esta
27 En L'arbre des styles, París: Aubier-Montaigne, 1980, págs. 107-63.
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suerte de abstracción o de cesura con la autoconservación. Pero esto no impide a la autoconservación existir, y tampoco impide referirse a ella cuando se pretende tener una perspectiva de lo que es el psicoanálisis (y la sexualidad) en el ser humano. Cuestión paradójica, Melanie Klein va a moverse, ella también, enteramente sobre los planos II y III, es decir sobre el plano de lo que le es propio al psicoanalista, pero en ella esos planos han devenido, por así decir, fantasmagóricos, el lugar de combate de entida des míticas, lo bueno y lo malo, el amor y la agresividad, lo total y lo parcial. Entidades mí ticas, pero que son también entidades de natu raleza biológica, ya que todo desarrollo, y hasta la génesis misma del fantasma, son concebidos según el modo endógeno. Se trata en verdad de grandes «instintos» que dominan el combate, y que no hacen sino acuñarse en el individuo. La que pierde su verdadero lugar, al fin y al cabo, en esta cupla antagonista que constituyen el amor y la agresividad, es la sexualidad. Lo j. sexual, como el Eros freudiano, deviene el amor |totalizante, sintetizante. Enguanto a lo sexual * de^gado y desligante, teñamos que apelar a to da nuestra buena voluntad para reconocerlo en acción allí donde se oculta en el sistema: pre cisamentejb a jo la máscara-de la destructividad, por ejemplo en la posición paranoide, o en el objeto malo, parcial"'atacante. Este considerable cambio de perspectiva re percute en el plano metapsicológico. La idea de apuntalamiento, por ejemplo, no tiene tampoco ya su lugar: las pulsiones están allí desde toda la eternidad, de suerte que la génesis de lo se xual en el individuo no constituye problema. La 134
seducción, y su fundamento necesario, la prio ridad del otro en la constitución del sujeto se xual, es también perfectamente ajena a un sis tema en el cual el adulto-objeto sirve sobre todo de punto de anclaje para movimientos instintuales por naturaleza endógenos en el niño. Por último, para volver a los conceptos metapsicológicos más clásicos, la problemática de la represión, la del inconsciente como dominio separado con sus leyes y sus contenidos pro pios, no tiene el menor lugar en un pensamien to que definitivamente hace suya otra formula ción freudiana discutible según la cual «todo lo consciente ha sido primero inconsciente». Vuelvo ahora a mi pregunta: la pulsión de muerte, ¿qué hacer con ella después de Freud? En un sistema coherente (el Meinismo), aparece como una pieza bien integrada en el seno de un remodelamiento biologizante, o metabiologizante, del psicoanálisis. En muchos contemporá neos, es una suerte de pieza añadida, empleada en bien de las necesidades de la causa cuando se trata de paliar dificultades e imes diver sas encontradas en la clínica. En una refundación consecuente del psico análisis —y una vez comprendida claramente su función coyuntura! en el edificio freudiano— , la pulsión de muerte se nos aparecerá sin duda como una noción superflua, cuando se trate de definir tanto los «partenaires» como aquello que está en juego en el conflicto psíquico.
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